«Tengo miedo a quedarme solo»

Temo decirle a mi novio que nos casemos por si me dice que no. Sería terrible

Mi novia me pide que haga cosas que no quiero, como enseñarle mi móvil, mis cuentas de correo, etc. Le dejo hacerlo para evitar enfados. No quiero que me deje.

¿Qué hacer si mi marido me ha engañado durante años? Aunque me siento muy mal, quiero perdonarlo y luchar, sería horrible perderlo.

Todos los casos anteriores (reales) se basan en una idea muy simple pero también terriblemente destructiva: no puedo vivir sin mi pareja.

Todos los seres humanos buscamos la aprobación de los demás. Excepto en raros casos clínicos, esto es un hecho. Ser aceptado y amado por los demás nos causa alegría, refuerza nuestra conducta y nos sube la autoestima. No obstante, unos tenemos más necesidad de aprobación que otros, y algunas personas llegan a límites realmente heroicos con tal de que los demás les acepten. Estas personas son las que tienen esta idea de «debo agradar» más incrustada en su cerebro.

En el mundo de las parejas, esta idea irracional causa enormes dificultades. Con tal de no «quedarse solas», las personas se pliegan a exigencias abusivas, permiten que sus parejas les pisoteen, hacen cosas que desearían de todo corazón no hacer y, en general, viven vidas infelices. La idea de quedarse sin pareja les resulta tan insoportable que prefieren transigir con casi cualquier indignidad con tal de evitarlo. Si ocurre lo peor y pierden a su pareja, es frecuente que encadenen una relación con la siguiente, sin tiempo a recomponerse o a reflexionar.

Y no digamos ya si esta persona se encuentra con una pareja abusiva, dominante y manipuladora. Podemos apostar a que su vida se convertirá, en muy poco tiempo, en un verdadero infierno.

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Para acabar con esta idea de «debo tener pareja o moriré solo», es necesario hacer un auténtico trabajo de derribo en nuestra cabeza. Hay que analizar nuestros pensamientos y empezar a ponerlos a prueba, a cuestionarnos todo aquello que tenemos tan claro. Necesitamos crear un nuevo punto de vista menos cataastrófico y más realista. Por ejemplo, ante el pensamiento

si mi novio me deja, será lo peor que me puede pasar y moriré sola

podemos razonar lo siguiente:

si mi novio me deja, no será agradable y lo pasaré mal, porque todos los humanos deseamos ser queridos y hemos vivido muchas cosas juntos. Pero ¡no se acabará mi vida! No todo en la vida es tener pareja. Yo sé hacer muchas cosas y mi valor como persona no depende de si tengo novio o no.

¿Os dais cuenta? La primera frase es tremenda y catastrófica. La segunda, en cambio, es más realista porque admite que no lo pasará bien, pero también que no es el fin del mundo.

Poco a poco podemos cambiar este tipo de pensamientos y liberarnos del miedo absurdo a «quedarnos solos». ¡Con la de personas que hay en el mundo! Así seremos más felices en nuestra relaciones, porque las viviremos como algo que realmente queremos, no como una obligación.

¿Qué es la psicología cognitivo – conductual?

Se habla mucho, tanto en libros como en las redes, de que el mejor tratamiento para tal o cual problema es el tratamiento cognitivo – conductual. ¿Qué es eso?

Dentro de la psicología hay muchas formas de entender cómo funcionan los problemas de la gente, y por tanto hay muchas terapias o tratamientos diferentes. La terapia cognitivo conductual es una de estas formas de entender la psicología. Es lo que llamamos una orientación.

La terapia cognitivo – conductual se basa en el principio de que pensamiento, emoción y conducta están unidos y se influyen mutuamente. Por lo tanto, si cambiamos uno de ellos podremos influir sobre los demás. De ahí su nombre: cognitivo (porque trata los pensamientos y emociones) y conductual (porque trata lo que hacemos y cómo nos comportamos).

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La terapia cognitivo – conductual usa diversas técnicas para conseguir que las personas «cambiemos el chip» y empecemos a ver el mundo de otra forma. Por ejemplo:

  • Reestructurar los pensamientos irrealistas que tenemos sobre el mundo o sobre nosotros y que nos limitan (por ejemplo «soy un inútil y nunca he hecho nada bien»).
  • Técnicas de relajación, para combatir la ansiedad que nos provocan ciertos pensamientos o sucesos.
  • Técnicas de exposición, es decir, ayudar a que la persona vaya poco a poco haciendo aquellas cosas que ha dejado de hacer o que le asustan (hablar en público, viajar en coche…).
  • Tareas para el cliente, como registros, lecturas, trabajos, cartas…

La terapia cognitivo – conductual puede emplearse en un amplio abanico de problemas y trastornos. Los estudios científicos realizados nos dicen que esta terapia es la más indicada para muchos problemas, y la que tiene mejores tasas de éxito y se mantiene mejor con el paso del tiempo. Por eso decimos que es el tratamiento de elección ante determinados trastornos. No sirve para todo ni es una terapia milagrosa, desde luego, pero sí una de las que más éxitos han logrado a lo largo de los años.

En caso de duda, contacta conmigo. Como experto en terapia cognitivo – conductual en Avilés, estaré encantado de aclarar todas tus preguntas.

El viajero sediento, un cuento indio

Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.

Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía:

-¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!

Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:

-¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!

Ten cuidado con la queja. Cuando se convierte en una forma de vida, no importa lo que consigas o lo que los demás hagan por ti: no desaparecerá.

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El cántaro imperfecto

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El joven Akira era el encargado de ir a buscar el agua fresca que se bebía en la casa-escuela del maestro Oé. Todas las mañanas acudía a la rica fuente que nacía al pie de la colina, a veinte minutos de distancia. Para la tarea, se había hecho con dos grandes cántaros de barro que mantenían el agua fresca todo el día. Los dos botijos colgaban de los extremos de un recio palo que, colocado a lo largo del cuello, le permitía llevar hasta trece o catorce litros sin mucho esfuerzo.

Pero resulta que una de las vasijas tenía una grieta por la que se escapaba parte del agua y, al final de cada trayecto, sólo llegaba la mitad del contenido.

Durante los dos últimos años, ésa había sido la dinámica: Akira iba temprano a la fuente, llenaba los dos recipientes y regresaba sólo con una vasija y media de agua.

El cántaro perfecto estaba muy orgulloso de sus logros; durante todo ese tiempo había llevado toda el agua que le permitía su contenido. Pero el cántaro roto estaba triste y avergonzado de su propia imperfección, ya que era consciente de que sólo conseguía cumplir con la mitad del cometido para el que había sido creado.

Después de aquellos dos años de trabajo, la vasija rota ya no resistió más la presión y alzó la voz para decir:

—¡Estoy tan avergonzado!

Akira volvió la cabeza hacia su izquierda, vio gemir a la pobre cerámica, y preguntó:

—¿Vergüenza de qué, amigo mío?

—Durante todo este tiempo, no he sido capaz de llevar bien el agua hasta la casa del maestro. ¡Qué desperdicio! Por culpa de mis defectos, he echado a perder parte de tu trabajo —se quejó el botijo.

Akira sonrió amablemente y dijo:

—No digas eso. Ahora llegaremos a la fuente y os llenaré de agua, y quiero que te fijes en lo hermoso que está el camino de vuelta a casa.

Cuando llegaron a la fuente, el botijo dejó que le metieran el agua y, una vez sobre los hombros de Akira, empezó a mirar a su alrededor, tal y como le habían indicado.

—El camino está precioso —dijo el botijo.

—A mí también me gusta. ¿Ves las hermosas flores que bordean la cuneta? —preguntó Akira.

—¡Oh, son bellísimas! —exclamó el recipiente.

—¿Te has dado cuenta de que sólo hay flores en esta vera del camino? Durante estos dos años, he plantado semillas en este lado porque sabía que crecerían las flores gracias al agua que tú derramabas cada día —señaló el joven.

—¿Es eso cierto? —preguntó el botijo, emocionado.

—Sí. Gracias a eso, durante estos años he gozado de estas flores en los paseos matutinos y no sólo eso, he podido decorar con flores la mesa del maestro. ¡Mi querido amigo, si no fueras como eres, ni el señor Oé ni yo hubiésemos podido gozar de la belleza como lo hemos hecho!

Todos tenemos nuestras limitaciones y nuestras particularidades. En lugar de sentirte desgraciado por ellas, prueba a sacarles partido.

 

Que los demás no decidan por ti

Mis padres no quieres que estudie lo que yo quiero, ¿qué hago?

Voy a casarme por la iglesia, porque mi familia insiste.

¿Qué hacer cuando tu familia no aprueba tu relación?

Las preguntas anteriores (reales, como siempre) son parte del gran problema que es dejar que otros tomen decisiones por nosotros. Es completamente normal que, en nuestra vida diaria, tengamos en cuanta las opiniones y consejos de las personas que nos rodean, en especial si son importantes para nosotros. Pero, como todo en la vida, los extremos son peligrosos. Muchas personas dan tanta importancia a los sueños y proyectos de otros, que se olvidan de los suyos propios.

A veces dejamos que los demás nos influyan en temas triviales. Pero cuando tomamos decisiones importantes y duraderas porque es «lo que quieren los demás», entonces tenemos un grave problema. Un ejemplo muy frecuente son los estudios. Hay millones de jóvenes que estudian lo que quieren sus padres, no lo que ellos desean. Y lo hacen a sabiendas de que están haciendo lo contrario a lo que quieren. ¿Puede el lector imaginarse lo que es dedicarse durante años a algo que no te gusta, solo porque otros lo quieren? Es como tener un tabajo que odias, que podrías dejar, pero no lo haces porque te auto-impones la pena de seguir en él. Y luego, ¿qué? ¿Trabajar en eso que tanto odias? En fin, un disparate. Otros temas importantes que suelen dejarse en manos de otros son el trabajo, la educación de los hijos, cómo y con quién casarse, nuestra vida doméstica, la religión…

¿Por qué dejamos que otros decidan por nosotros?

  • Por agradar. Para mantener contenta a nuestra familia, pareja o amigos. El problema es que estamos olvidando nuestra propia felicidad por complacerles a ellos.
  • Por evitar conflictos. Muy frecuente en familias y parejas. Para evitar discusiones y riñas, nos plegamos a la voluntad de otros. Esto, que funciona a corto plazo (evitas una desagradable discusión), es muy negativo a la larga (tendrás que seguir haciéndolo para seguir evitando conflictos)
  • Por falta de confianza en nuestra capacidad. Evidentemente, si dudamos de nuestra capacidad de hacer cosas, preferiremos que sean los demás los que decidan. En este caso es el miedo a equivocarnos lo que nos frena. Tememos tanto al fracaso que dejamos a otros decidir por nosotros.
  • Por evitar responsabilidades. Muy relacionado con lo anterior. Para bien o para mal, ser adulto es tomar decisiones y asumir responsabilidades. Unas son acertadas y otras son erróneas: esto es ley de vida. Muchas personas evitan la responsabilidad, y lo hacen dejando que otros controlen su vida. Así, si las cosas salen mal, la culpa es de otros… Nos libramos así de la responsabilidad de decidir, pero también nos convertimos en seres incapaces de manejar nuestra propia vida.

 No dejes que otras personas vivan tu vida. Estas pautas pueden ayudarte:

  • Empieza a asumir pequeñas responsabilidades. De acuerdo a tu edad y capacidad, puedes empezar a hacer cosas por ti mismo. Verás lo bien que te sientes cuando consigas tus pequeños objetivos.
  • Practica la asertividad. Aprende a defender lo que tú quieres frente a los demás, con calma, educación y firmeza.
  • Empieza a decir NO. Hay peticiones y exigencias ante las que solo cabe decir un NO rotundo.
  • Confía en ti mismo y hazte caso. Piensa que eres la única persona con la que vas a compartir toda tu vida, así que mejor empezar a hacerte un poco de caso.
  • Evita agradar a los demás a toda costa. Tú no eres responsable de cómo los demás se toman las cosas: esa es su decisión. Tampoco puedes responsabilizarte de su estado de ánimo.
  • Vete paso a paso. No intentes cambiar tu forma de ser mañana mismo. Vete siguiendo estas pautas poco a poco y verás pequeños cambios. A la larga, estos cambios harán que te tomes la vida de otra forma.

Psicólogo en Avilés

Barriendo el monasterio

Recientemente estaba hablando con uno de mis pacientes acerca de las ventajas y virtudes del mindfulness o atención plena. Estábamos de acuerdo en que casi cualquier cosa sirve para practicar la atención plena: desde trabajos hasta hobbies, pasando por cosas tan mundanas como hacer la comida o bajar a la compra. Recordé entonces un cuento tibetano que había escuchado hace tiempo, y ahora lo comparto con vosotros.

Se trataba de un hombre mayor, que había recorrido años y kilómetros y que, en la búsqueda del camino espiritual, había topado con un monasterio perdido en la altiplanicie. Al llegar allí, tocó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en el monasterio para recibir enseñanzas espirituales. El hombre era analfabeto, muy poco ilustrado, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verle tan motivado decidieron aceptarlo.

Al aceptarlo, sin embargo, los monjes del monasterio decidieron darle algunas tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales. “Te encargarás diariamente de barrer el claustro”, le dijeron.

El hombre estaba feliz. Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.

Pasaron los meses y, en el rostro del anciano, comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, se le veía contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma. Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable. Un día le preguntaron:

-¿Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?

-Nada en especial. Todos los días, con mucho amor, barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que barro de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi alma.

mindfulness

Los problemas de los demás

Mi novio fuma muchos porros. ¿Debo aceptarlo si quiero estar con él?

Mi marido bebe mucho y gasta mucho dinero. ¿Qué debo hacer yo para ayudarlo y que salga de eso?

¿Por qué mi novia dice tal cosa o se comporta de esta manera?

Mis padres no quieren que deje la carrera, aunque yo soy infeliz. ¿Qué hago?

Todos los casos anteriores son reales y se basan en un error fundamental: hacernos cargo de lo que hacen los demás.

Como seres humanos que somos, lo normal es que queramos agradar a los demás. «Agradar» a los demás incluye: ayudarlos, tener en cuenta lo que piensen, digan o hagan, tomar decisiones que les parezcan bien, etc. Es muy normal que las personas hagamos esto, ya que somos seres sociales y todos necesitamos al menos un poquito de aprecio.

Por desgracia, se nos ha educado a todos en una valoración excesiva de la opinión ajena. Hay infinidad de personas que no soportan la idea de no ser aceptadas total e incondicionalmente por los otros, y a quienes el más mínimo desacuerdo con alguien les sume en una gran ansiedad y disgusto. ¿Quién no conoce a personas que han tomado decisiones importantes basándose no en lo que desean ellas, sino en lo que quieren sus familias, parejas o amigos? Esta obsesión por complacer nos lleva a poner en manos de otros decisiones tan vitales como qué estudiar, en qué trabajar, cómo y con quién casarnos o qué religión tener. Es una auténtia ansia por tener contentos a los demás.

En mi trabajo como psicólogo, debo tener claras dos cosas:

  • Nadie puede ni debe hacerse cargo de los problemas de los demás
  • No puede cambiarse a una persona si esta persona no quiere cambiar

Si incumpliera la primera de estas frases, me volvería loco; si incumpliera la segunda, volvería locos a otros mientras intento a toda cosa que cambien lo que no quieren cambiar.

Suenan un poco egoísta, ¿verdad? Pues sí, pero solo porque nos han educado en «no ser nunca egoístas», en «darlo todo a los demás», en «procurar que los otros nos acepten», en «anteponer las necesidades de los demás a las nuestras»… Voy a contaros un secreto: nadie, ni las personas que más os quieren, ni vuestros padres, madres o hermanos, van a vivir vuestra vida. Solo vosotros podéis hacerlo. Contar con otras personas para resolver los problemas del día a día, o que otros cuenten con nosotros, es algo maravilloso. Pero dejar que otros decidan por nosotros y cargarnos con los problemas de los demás, no es sano, y es el camino más corto hacia la infelicidad.

Muchas personas bienintencionadas creen que, haciéndose cargo de los problemas de los demás, les están ayudando. Esto solo es cierto en contadas ocasiones. Cuando, sistemáticamente, cargamos con el peso de los problemas y decisiones de otros, no solo no le ayudamos, sino que nos estamos haciendo a nosotros un poquito más infelices. Y es que para ayudar realmente a alguien hay que dejarlo que busque su camino, que cometa sus errores y a veces tan solo escuchar y apoyar, nada más.

Para ayudar a los demás, primero hay que ayudarnos a nosotros mismos. Es absurdo, inútil y doloroso, renunciar a nosotros mismos por lo que los demás digan, piensen o hagan.

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Las desventajas de mejorar

Una gran mayoría de las personas a las que ayudo acuden a mí en un estado de ánimo bastante bajo y buscan mejorar. Como mínimo, vienen a mejorar su vida, sus habilidades o sus relaciones. Modestamente diré que casi todos ellos mejoran, y al cabo de un tiempo se enfrentan a los desafíos de sus vidas con mayor o menor éxito.

Pero mejorar tiene sus desventajas.

¿Cómo?, dirá el lector. ¿Acaso no es bueno mejorar y dejar atrás la depresión, o la ansiedad, o el problema que sea? ¡Claro que sí! Es fantástico.

Pero cuando dejas atrás la depresión, la ansiedad, o el problema que sea, empiezas a ver cosas de tu vida en las que antes no te habías ni fijado. Bastante tenías ya con tu problema como para reparar en que tu hijo no estudia, en que tu trabajo es desastroso o en que tu matrimonio es, siendo generosos, mediocre. Entonces vienen lo que lo llamo las desventajas de mejorar: la persona se encuentra con asuntos desagradables que, gracias a su mejoría, ya puede resolver. He citado a los hijos, el trabajo y el matrimonio, y no por casualidad, ya que estas suelen ser las áreas que más problemas causan.

Un paciente vino con una fuerte depresión que le impedía hacer las cosas normales de su vida. Mejoró rápidamente y desarrolló estrategias para vencer la tristeza, el cansancio y la desgana. ¿Qué ocurrió cuando ya estaba muy cerca de su «antiguo y sano yo»? Que se dio cuenta de que su hijo había escurrido el bulto en el colegio todo ese tiempo y sus notas eran desastrosas. Había estado haciéndolo delante de sus narices, pero él era incapaz de verlo en su estado depresivo. No le gustó nada el descubrimiento, pero tomó las riendas de la situación y las notas mejoraron espectacularmente.

A veces las desventajas de mejorar son demasiado grandes para el paciente. ¿Qué ocurre en estos casos? Pues que la persona puede elegir no mejorar, o incluso optar por soluciones radicales y dramáticas.

He conocido casos de personas de baja por depresión que tomaron decisiones dramáticas con tal de no volver a sus empleos tras recibir el alta, incluyendo intentos de suicidio. Nadie les había dado las herramientas necesarias para enfrentarse de nuevo a su trabajo, que probablemente era lo que había causado la depresión en un principio.

Me gustaría dirigirme desde aquí a todas aquellas personas que (en tratamiento o no) están mejorando de algún problema de tipo psicológico. Les diría que no se preocupen demasiado si, en mitad de su mejoría, se topan con asuntos desagradables como los mencionados. Es normal y parte del proceso de mejoría. Habrá cosas que antes vivían como un problema insalvable y que han dejado de afectarles, pero habrá otras que antes ni siquiera podrían ver y ahora sí. Por suerte, cuando esto ocurre es porque la persona ya está lista para afrontar esos nuevos desafíos. ¡Ánimo!

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Lo que no es amor

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Se acerca San Valentín, y se repiten muchos estereotipos y falsas creencias sobre el amor. San Valentín mismo se ha convertido en una fecha en la que hay que demostrar lo mucho que quieres a una persona gastando dinero, mucho dinero… aunque el resto del año no te dignes a hacer ningún esfuerzo.

Me sorprende que, bien entrado el siglo XXI, las falsas ideas sobre el amor y las parejas gocen de muy buena salud. A diario veo (en consulta y en redes sociales) personas que sufren por culpa de un amor mal entendido. Veo creencias muy equivocadas sobre las relaciones de pareja que están haciendo mucho daño.

Repasemos algunas de estas creencias.

«Los celos son amor». Error. Los celos son un sentimiento desagradable que muy poco tiene que ver con el amor, y que puede convertirse en un problema muy grave para ambos. Todos sentimos celos de vez en cuando. Por desgracia, a veces los celos nos superan y se adueñan de nuestro pensamiento, convirtiendo la relación en un infierno. Cuando los celos aparecen, no hay que preocuparse en exceso. Pero si surgen una y otra vez, tal vez haya que buscar ayuda.

«Si me quiere, ha de hacer esto por mí». Falso. Una pareja son dos personas que han decidido compartir parte de su vida. Cada uno de los miembros de la pareja sigue teniendo su independencia y puede tomar sus decisiones. En ocasiones no estaremos de acuerdo con las decisiones de nuestra pareja. En estos casos, el diálogo y la comunicación son nuestros mejores aliados.

«Tiene que saberlo sin que yo se lo tenga que decir». Nada más falso. Muchas personas creen que su pareja debe anticiparse a sus deseos sin necesidad de que ellas los manifiesten. Estas personas nunca conseguirán que su pareja haga lo que desean, a no ser que su pareja sea un adivino muy bueno. En mi experiencia, no existen los adivinos. Decir lo que deseamos de forma clara y amable puede conseguir muchísimo más que docenas de indirectas y miradas con doble sentido. ¡Ojo!, nuestra pareja es muy libre de no comportarse como nosotros deseamos.

«Tiene que elegir entre su familia/amigos/etc. y yo». Pocas cosas han causado más conflictos en la historia de las parejas que las relaciones con las respectivas familias. No se trata de elegir entre una cosa y la otra. Si tu familia o tu pareja o tus amigos te «obligan» a elegir, tienes un problema. De nuevo, la comunicación y decir las cosas claras puede ayudarnos a no llegar a esos extremos.

«Yo debo ser el centro de su universo». ¿Y si la relación se acaba? ¿Qué hará entonces ese pobre hombre o mujer sin ti? Repito: las parejas están juntas porque quieren. Si una relación te absorbe tanto que te impide ver nada más allá, tienes un problema. Deberíamos aceptar que nuestra pareja tiene su propia vida, sentimientos, deseos y proyectos. Ser el centro de la vida de alguien es agotador para ambos.

«Mi vida sin mi pareja no tiene sentido». ¿Y si la relación se acaba? ¿Qué harás entonces sin esa persona? Una relación de pareja debería servir para hacer nuestra vida mejor, no para anular nuestra existencia. Tu vida tenía sentido antes de conocer a tu pareja, lo tiene ahora, y lo seguirá teniendo si esa persona se va.

«Mi pareja solo puede tener ojos para mí». Falso. La parte de nuestro cerebro que se siente atraida físicamente por otras personas, igual que la del hambre, la sed o el sueño, no está del todo controlada por nosotros. Forma parte de nuestro cerebro primitivo, que nos hace sentirnos atraidos por posibles parejas sexuales. No hay nada malo en ello. Los animales hacen lo mismo porque su cerebro les empuja a reproducirse y tener descendencia. Ellos no pueden decidir no hacerlo, pero nosotros sí. No podemos controlar que nos resulten atractivos otros chicos o chicas, pero sí podemos decidir ser fieles a nuestra pareja.

«Es normal que mi pareja me controle, eso es que me quiere». Por desgracia, este error es muy común. No se debe confundir amor con control, ni pareja con posesión. Una pareja es la unión voluntaria de dos personas, no la pertenencia de una a la otra. Tu coche es tuyo, pero tu pareja no. Cuando perdemos de vista esto, empiezan a aparecer conductas para controlar a nuestra pareja, como controlar el móvil, fisgar en redes sociales, interrogarla, seguirla, comprobar una y otra vez si miente, decidir su forma de vestir o con quién habla… Cuando aparecen estos síntomas, hay que ponerse alerta. El control no tiene nada que ver con el amor, y sí mucho con el maltrato, la humillación y el sufrimiento.

«Puedo y debo cambiar a mi pareja». Un error muy frecuente. Nadie puede cambiar a otra persona sin que ella quiera; ni siquiera los psicólogos podemos cambiar mágicamente a las personas que vienen a nuestra consulta. Si nuestra pareja quiere cambiar algo de ella misma, lo hará; si no quiere, da igual lo que insistamos, solo conseguiremos generar frustración. Es muy frecuente (sobre todo entre mujeres) elegir a una pareja poco apropiada con la esperanza de «cambiarla más tarde». No lo hagáis. Si de primeras no os convence, no compréis.

«Nuestra relación ha de ser perfecta en todo momento, o será un fracaso». ¿Quién puede decir que ha tenido una relación perfecta con alguien, sin ningún momento malo en absoluto? Nadie. Las parejas, como todas las relaciones, pasan por altibajos que tenemos que aceptar.  Y si tenemos que pasar dos o tres días sin hablarnos para no acabar gritándonos, pues tampoco es un drama.

«Divorciarse es un fracaso». Se nos ha educado en la creencia de que divorciarse es un fracaso que hay que evitar a toda costa. Afortunadamente, esta idea está cambiando muy rápido. El fracaso es continuar año tras año con una persona por la que no sentimos amor, ni cariño, ni respeto. El matrimonio es un invento de los humanos que los humanos pueden disolver: empeñarse en mantenerlo cuando ya no hay sentimiento es una condena innecesaria.

Y por último, mi favorita:

«El amor todo lo puede». No, lo siento. El amor es un sentimiento (para algunos, un ideal, un concepto). Los sentimientos aparecen y desaparecen. Por lo tanto, el amor tiene altibajos y puede acabar desapareciendo. Como hemos visto en este artículo, hay miles de cosas que pueden influir en una relación de pareja, y casi todas ellas dependen de nuestras decisiones. Lo importante para mantener una relación sana y duradera no es un concepto abstracto llamado «amor», sino lo que hacemos nosotros mismos por mantenerla viva.

¿Se os ocurren más falsas creencias sobre el amor?

Guía para sobrevivir a los celos

Hace un tiempo ya comenté algo sobre los celos y los celos retrospectivos.

Todos sabemos lo que son los celos. Se trata de una sensación angustiante que ocurre cuando tememos «perder» a una persona, bien nuestra pareja, un familiar, un amigo, etc. Evidentemente, los celos ocurren sobre todo en pareja.

Tu psicólogo en Avilés

Lo que ocurre con los celos es que suelen aparecer por sorpresa, cuando menos lo esperas, y acaban por convertirse en un problema que puede ser muy gordo. Nadie suele estar preparado para esa primera aparición de los celos. Un día simplemente ocurre, nos viene un pensamiento, una imagen o un recuerdo y se disparan nuestros celos. No sabemos qué hacer. Queremos eliminar esa sensación tan desagradable. Recurrimos a hacer llamadas, a comprobar nuestra sospecha, a preguntar, etc. Por supuesto, nuestra pareja (cogida también por sorpresa), responderá a nuestras preguntas e intentará calmarnos. Así, hemos dado el primer paso para que los celos se conviertan en nuestro problema, pues en el futuro será más probable que pidamos explicaciones a nuestra pareja y ésta nos las proporcione para tranquilizarnos… lo cual co

nvierte el problema en algo eterno.

¿Qué hacer si de repente somos presa de los celos?

  • Lo primero, tener en cuenta que es normal que nos asalte por sorpresa un pensamiento celoso. Pueden aparecer en cualquier momento, sin motivo. Tan solo son eso, pensamientos, no realidades. Por desgracia, los celos continuos y obsesivos no son tan normales. Son un grave problema. Para no llegar a eso, hay que atajarlos en cuanto aparecen.
  • Si nos «enganchamos» a esos pensamientos y nos dejamos llevar, muy pronto estaremos angustiados y con una ansiedad muy alta. Lo mejor es «pasar» de ese pensamiento, dejarlo que desaparezca mientras hacemos otra cosa que nos entretenga (trabajo, un hobby, deporte…).
  • Resistir por todos los medios la tentación de acudir a nuestra pareja pidiendo explicaciones. Esto es el primer paso para tener un problema. Si logramos conservar la calma, podemos decirle simplemente «estoy sintiendo celos», pero sin exigirle nada, ni explicaciones, ni justificaciones, ni que nos cuente historias. Simplemente que sepa lo que nos está pasando.
  • Los pensamientos intrusivos, como los celos, aparecen de golpe y desaparecen si nos les hacemos caso. Al cabo de un tiempo, lo más probable es que se vayan. Si vuelven a aparecer, los enfrentaremos del mismo modo.

¿Qué hacer si nuestra pareja, de repente, es presa de los celos?

  • Lo primero es tener en cuenta que tu pareja no está en tu contra o quiere insultarte. Simplemente está teniendo un pensamiento irracional con contenido celotípico que le está haciendo pasar un mal trago. Yo ya le he advertido que no recurra a ti, pero no me ha hecho caso…
  • Los celos continuados e injustificados no son un comportamiento normal, no tienen nada que ver con el amor y deberían tratarse desde el primer momento en que aparezcan.
  • ¿Qué es lo primero que hacemos cuando vemos a alguien alterado o nervioso? Tratamos de calmarle, ¿verdad? Bien, pues en este caso eso es justo lo que no hay que hacer. No trates de tranquilizar al celoso dándole explicaciones. Si se le ha ocurrido que durante una cena hace dos años tú te liaste con tu compañero de clase, nada de lo que le expliques sobre esa cena le ayudará: solo servirá para calmarle a corto plazo, lo cual hará que cada vez que se ponga celoso acuda a ti para que le calmes. ¿Ves el círculo? Cada vez que aparezcan los celos, tú le calmas. Cada vez habrá más celos, así que cada vez habrá que calmarle más. En el peor de los casos, vuestra vida se acabará convirtiendo en un campo de minas en el que tienes que explicar cada paso que das para que sus celos no le devoren. No, no conviene.
  • «¿Es decir, que no le ayudo?» Lo que no hay que hacer es entrar en su línea de pensamiento celoso. Puedes calmarle ayudándolo a relajarse, sin justificarte ni ceder a chantajes, o diciéndole que esos pensamientos aparecen y desaparecen. Si está muy alterado/a, dile simplemente que hablaréis más tarde, cuando se haya tranquilizado. Puede tardar una hora o una semana, pero se calmará. Y lo hará por sí mismo, sin recurrir a ti. La próxima vez que aparezcan los celos, ya sabrá que no puede pedirte explicaciones, porque no se las darás.
  • Sé que es difícil no hacer nada, pero créeme: estarás solucionando un problema antes siquiera de que aparezca.

Tu psicólogo en aviles celos en pareja

¿Qué hacer si mi pareja (o yo) lleva tiempo siendo celoso?

  • En este caso los celos ya están instalados en la persona y en la relación. Es mucho más difícil tratar los celos cuando ya hemos caído en el círculo vicioso.
  • Aún así, hay solución. Los celos son una mezcla de inseguridad, miedo a la pérdida, dependencia, etc. Todas estas cosas pueden tratarse en la consulta de un psicólogo. Un buen profesional os aportará una perspectiva nueva y externa, os dará pautas a seguir y estoy seguro de que os ayudará mucho a cambiar.
  • Es importante que la pareja se haga consciente de la dinámica del problema: quién siente los celos, en qué situaciones, qué hace para aplacarlos, cómo responde su pareja, etc. Una vez hecho esto, podemos empezar a cambiar esta dinámica, por ejemplo no respondiendo a las preguntas e indagaciones del celoso. Esto es complicado de hacer sin la ayuda de un profesional, aunque en teoría es posible.

¿Qué hacer si los celos de mi pareja le han llevado a controlarme/manipularme/agredirme?

  • Sal de ahí. Huye de esa relación, al menos temporalmente. Cuando se ha alcanzado el nivel en el que un miembro de la pareja asfixia al otro con sus celos, este último debe tomar medidas para defender su libertad y salud mental. Es el celoso el que debe aceptar ayuda y querer cambiar: no podemos cambiarlo a la fuerza.
  • Las conductas de control, espionaje, persecución, controlar el móvil, hostigar, etc., no tienen nada que ver con el amor y no deberían tener cabida en una relación, sea de pareja, de amistad, familiar, etc.