No, no voy a despotricar sobre la sociedad actual ni nada por el estilo. Voy a hablar un poco sobre lo que queremos y lo que realmente queremos.
Me explicaré. Todos queremos cosas. Diariamente nos movemos y nos esforzamos por lograr aquellas cosas que necesitamos, que nos motivan, o que simplemente nos apetecen. Estas cosas suelen ser bastante evidentes, y si alguien nos pregunta sabremos explicárselas. «¿Por qué trabajas donde trabajas?», la respuesta sería algo así como «¡pues porque necesito el dinero!». Lógico. Podemos llamar a esto motivación explícita. Lo conocemos, somos conscientes de ello, y los demás suelen serlo también.
Luego hay otras motivaciones de las que no somos tan conscientes. Trabajamos allí porque deseamos alejarnos el mayor tiempo posible de nuestra casa. Nos metemos en una relación tras otra porque tenemos pánico a la soledad. Nos compramos un coche caro porque, en el fondo, queremos parecer más que los demás. En fin, cosas que nunca jamás admitiríamos si nos preguntasen por qué hacemos las cosas que hacemos. Estas son las cosas que nos hacen comportarnos como lo hacemos, aunque en el momento no seamos conscientes de ellas. De hecho es muy difícil aceptar estas motivaciones porque creemos que son negativas, extrañas, vergonzosas o egoístas. El problema no es que sean subconscientes (porque si no sabemos que están ahí, ¿cómo van a influirnos?), el problema es que no queremos reconocerlas. Podemos llamarlas motivaciones ocultas.
Es importante aceptar que algunas cosas las hacemos por motivos un tanto oscuros e inadmisibles para nosotros mismos. No es nada malo. Sin embargo, conocer nuestras motivaciones ocultas puede ayudarnos mucho en nuestra vida, porque nos ayudará a tomar mejores decisiones, a utilizar la lógica y a actuar menos por instinto.
Otro día hablaré de la importancia de las motivaciones ocultas en las relaciones de pareja.