Mi novio fuma muchos porros. ¿Debo aceptarlo si quiero estar con él?
Mi marido bebe mucho y gasta mucho dinero. ¿Qué debo hacer yo para ayudarlo y que salga de eso?
¿Por qué mi novia dice tal cosa o se comporta de esta manera?
Mis padres no quieren que deje la carrera, aunque yo soy infeliz. ¿Qué hago?
Todos los casos anteriores son reales y se basan en un error fundamental: hacernos cargo de lo que hacen los demás.
Como seres humanos que somos, lo normal es que queramos agradar a los demás. «Agradar» a los demás incluye: ayudarlos, tener en cuenta lo que piensen, digan o hagan, tomar decisiones que les parezcan bien, etc. Es muy normal que las personas hagamos esto, ya que somos seres sociales y todos necesitamos al menos un poquito de aprecio.
Por desgracia, se nos ha educado a todos en una valoración excesiva de la opinión ajena. Hay infinidad de personas que no soportan la idea de no ser aceptadas total e incondicionalmente por los otros, y a quienes el más mínimo desacuerdo con alguien les sume en una gran ansiedad y disgusto. ¿Quién no conoce a personas que han tomado decisiones importantes basándose no en lo que desean ellas, sino en lo que quieren sus familias, parejas o amigos? Esta obsesión por complacer nos lleva a poner en manos de otros decisiones tan vitales como qué estudiar, en qué trabajar, cómo y con quién casarnos o qué religión tener. Es una auténtia ansia por tener contentos a los demás.
En mi trabajo como psicólogo, debo tener claras dos cosas:
- Nadie puede ni debe hacerse cargo de los problemas de los demás
- No puede cambiarse a una persona si esta persona no quiere cambiar
Si incumpliera la primera de estas frases, me volvería loco; si incumpliera la segunda, volvería locos a otros mientras intento a toda cosa que cambien lo que no quieren cambiar.
Suenan un poco egoísta, ¿verdad? Pues sí, pero solo porque nos han educado en «no ser nunca egoístas», en «darlo todo a los demás», en «procurar que los otros nos acepten», en «anteponer las necesidades de los demás a las nuestras»… Voy a contaros un secreto: nadie, ni las personas que más os quieren, ni vuestros padres, madres o hermanos, van a vivir vuestra vida. Solo vosotros podéis hacerlo. Contar con otras personas para resolver los problemas del día a día, o que otros cuenten con nosotros, es algo maravilloso. Pero dejar que otros decidan por nosotros y cargarnos con los problemas de los demás, no es sano, y es el camino más corto hacia la infelicidad.
Muchas personas bienintencionadas creen que, haciéndose cargo de los problemas de los demás, les están ayudando. Esto solo es cierto en contadas ocasiones. Cuando, sistemáticamente, cargamos con el peso de los problemas y decisiones de otros, no solo no le ayudamos, sino que nos estamos haciendo a nosotros un poquito más infelices. Y es que para ayudar realmente a alguien hay que dejarlo que busque su camino, que cometa sus errores y a veces tan solo escuchar y apoyar, nada más.
Para ayudar a los demás, primero hay que ayudarnos a nosotros mismos. Es absurdo, inútil y doloroso, renunciar a nosotros mismos por lo que los demás digan, piensen o hagan.