El tiempo y la energía son conceptos físicos importantísimos. Nada podría suceder en el universo sin tiempo y sin energía.
Pero no entraré en definiciones físicas. Estaréis de acuerdo conmigo en que todos y cada uno de nosotros tenemos una cantidad de tiempo y de energía limitada. Ninguna de las dos cosas es infinita. Por cierto, no hablo de la energía como algo mágico o místico, sino como una magnitud física que nuestras células producen a base de ciertas reacciones químicas. Nada de misterios.
Cuando nos quedamos sin energía, ya no somos capaces de hacer cosas con eficacia, no tenemos ganas de emprender nada, no tenemos fuerzas para hacer las cosas que normalmente haríamos. Todo se nos hace muy cuesta arriba y lo que queremos es irnos a la cama y descansar.
Cuando nos quedamos sin tiempo, bueno… significa que el día se ha terminado y ya no hay más horas disponibles. De nuevo, habrá que descansar. Si nos ponemos muy existencialistas, al final de nuestra vida se nos acaba el tiempo y nos morimos, pero eso no debería preocuparnos mucho hoy.
Vemos, entonces, que tiempo y energía son dos monedas de gran valor que gastamos día a día. Mi pregunta es: ¿cómo es que no tenemos más cuidado para decidir cómo y con quién gastamos esos recursos tan valiosos? Cada día veo personas que no son felices en su día a día porque han elegido invertir su energía y tiempo en personas, tareas o relaciones totalmente inadecuadas. Por eso tienen una sensación de insatisfacción y cansacio permanente. Están dándose cabezazos contra una pared, intentando esforzarse cada vez más con la esperanza de que ese «algo» cambiará y todo será maravilloso. Pues bien, es poco probable que eso ocurra por arte de magia. Si queremos que ese «algo» deje de afectarnos tanto, quizás lo más sabio sea dejar de apostar todo nuestro tiempo y energía en ello. Si lo hacemos, a lo mejor podemos usar esos recursos tan valiosos para reflexionar sobre otras formas de actuar, para dedicarnos a algo que realmente nos gusta, para leer… en definitiva, para cuidarnos.
Cosas que pueden consumir nuestro tiempo y energía:
- las demás personas (esta es la fuente número uno de cansancio emocional, pueden ser desconocidos, amigos, familiares…)
- el trabajo
- los estudios
- la preocupación sobre el futuro y el pasado
- las noticias, los medios de comunicación, la publicidad…
- las redes sociales
Y un largo etcétera más. Pero, entonces, ¿renunciamos a todo esto? ¿Nos quedamos sin amigos, nos vamos a vivir a una cueva…? Nada más lejos. Todas esas cosas que he mencionado no necesariamente tienen que amargarnos. Pero si no nos cuidamos un poco corremos el peligro de que nos vayan comiendo poco a poco la vida, aunque no sea con mala intención. El ejemplo más claro son los amigos o la familia. Salvo excepciones, ellos no quieren fastidiarnos. Pero resulta que a veces nos demandan tiempo, energía, citas, esfuerzos, etc., que no tenemos por qué darles si no queremos, la verdad. Puedo ser feliz con mis amigos, pero quizás no quiera quedar con ellos a todas horas, todos los días. Pude haberme comprometido a ir a una fiesta, pero tal vez ese día me encuentro agotado por una semana muy dura. Hay mil motivos para decir simplemente no. Lo mismo para otros ámbitos: las redes sociales son útiles, pero si mi vida depende de ellas tengo un problema. El trabajo es necesario, pero pasa a ser un peligro cuando nos pasamos más tiempo en él que fuera de él. Planear el futuro está bien, pero no hasta el punto de obsesionarnos por cosas que no controlamos.
En resumen, reflexiona sobre en qué cosas gastas tu energía y tu tiempo. Si te va bien así, perfecto. Si notas que algo te hace infeliz, que te agota, que está empezando a dominar tu vida en vez de ser al revés… es hora de dejar de invertir energía y tiempo en ello. Al menos un poco. A ver qué pasa.
Ah, por cierto, siempre habrá personas que critiquen duramente tu decisión de dejar de hacer tal o cual cosa. Esas personas necesitan exactamente cero de nuestro tiempo y energía. 🙂