La «Ballena Azul» y otros engaños

Imagino que ya todos los lectores sabréis qué es «la ballena azul»: un supuesto juego que practican los jóvenes a través de internet que consiste en superar unas pruebas que empiezan siendo inofensivas («pellízcate hasta hacerte daño»), pero que acaban llevando al jugador al suicidio. El juego viene de Rusia y ha causado un alarmante aumento de suicidios entre gente joven, incluso niños. Esto, al menos, es lo que han afirmado casi todos los medios de comunicación en las últimas semanas.

Este supuesto y letal «juego» me recuerda mucho a otras «noticas» que han ido surgiendo en los últimos tiempos y que, curiosamente, han sido olvidadas tan rápido como aparecieron: el juego del muelle (orgías entre jóvenes), los tampones con alcohol, la práctica de beber alcohol a través de los ojos para emborracharse antes, los payasos diabólicos… Noticias que seguramente ahora recordaréis con una sonrisa, pero que en su día fueron motivo de alarma y ocuparon portadas de períodicos, webs y telediarios.

Psicólogo Avilés Jóvenes

¿Qué hay de verdad en noticias como estas? Sinceramente: muy poca cosa. Todas ellas tienen una serie de características que las hacen muy sospechosas.

El tema de la Ballena Azul apareció primeramente en un periódico sensacionalista ruso llamado Novaya Gazeta, donde se decía que 130 chicos se habían suicidado en los últimos meses «por culpa de un grupo de internet». Se daba a entender que había grupos dedicados a promover el suicidio entre los jóvenes y que los casos estaban aumentando. El artículo fue muy criticado porque hablaba de datos imposibles de contrastar y echaba la culpa de los supuestos suicidios directamente a internet. Podéis ver el artículo aquí, pero por desgracia está totalmente en ruso. Meses después, algún medio occidental debió ver en la historia la oportunidad de escribir algo sensacionalista y así obtener más visitas: la «noticia» se extendió como la pólvora.

Analicemos un poco todo esto.

La culpa es «de internet». Se culpa a algo que es desconocido para mucha gente. ¿Quién sabe lo que hay en las redes? Cualquier cosa podría ser verdad, así que debe ser verdad. Recuerdo cuando, hace décadas, la gente empezaba a tener ordenadores en su casa: algunas personas creían que los «virus» informáticos podían afectar a los humanos haciéndoles enfermar. Esto es lo mismo. Las nuevas tecnologías como medio de propagación del mal.

Los implicados son un colectivo concreto que suele ser visto con desconfianza. En este caso son jóvenes. También lo eran en el «juego del muelle». Y en el pánico que se desató tras el «crimen del rol» eran jóvenes y además jugadores de rol. ¿Quién sabe lo que traman los jóvenes? No son como los adultos, hacen cosas raras, están locos, se autodestruyen. El mundo de los jóvenes es muy desconocido para los adultos, así que podemos atribuirles cualquier locura y podría ser verdad.

Son noticias alarmistas. Ninguna invita a mantener la calma. La ballena azul «causa furor», es «la última moda» o «miles de jóvenes» están implicados. Es una manera de difundir la noticia, que la población se toma como algo importante y catastrófico. Cada vez que oigo que algo causa furor, que es incontrolable, que las redes arden, etc., ya me voy haciendo a la idea de que ese «algo» va a ser totalmente falso.

Son noticias de muy difícil comprobación. ¿De verdad se ha suicidado más jóvenes en Rusia? ¿Cómo sabemos que se han suicidado por este juego y no por cualquier otra cosa: acoso, depresión, familias destruidas…? Se explica que los jugadores deben borrar todo rastro de las pruebas que van pasando, así que no queda nada que podamos comprobar. ¡Qué conveniente! Lo mismo ocurre con «el muelle»: ¿quién sabe cómo se ha producido un embarazo no deseado o una infección sexual? Tal vez la víctima. Es imposible comprobar si se debe a un juego descerebrado o no. A día de hoy, ninguna autoridad competente ha encontrado una prueba de que estas noticias son reales. Nadie ha podido demostrar (ni en España ni en otro países) que un solo suicidio se haya cometido por jugar a un juego siniestro. Ojo, la gente joven también se quita la vida. Esto es un hecho. Pero no lo hacen por estar en un grupo de Facebook.

Son noticias que vienen «de fuera». De Rusia en el caso de la Ballena Azul, de sudamérica el muelle, de EE.UU. los payasos diabólicos… Lo que nos asusta viene de lejos, del extranjero, de los extraños. Cualquier cosa es posible en «esos sitios»… aunque las autoridades de allí tampoco encuentren ninguna pista de la veracidad de estas historias.

Por último, son noticias que se propagan muy rápidamente porque tocan nuestros sentimientos. ¿Os imagináis que vuestros hijos participen en una orgía como las del «juego del muelle»? ¿O que estén en manos de un extraño que les obligue a suicidarse? Son temas que nos tocan la fibra y están pensados para provocar una respuesta emocional. La gente, asustada, los comparte, extendiendo aún más el bulo. Los medios de comunicación, buscando notoriedad, visitas e ingresos por publicidad (esto es fundamental), explotan la noticia al máximo. Y ya tenemos una noticia falsa que se propaga como verdadera.

Así que si os encontráis con alguna noticia que hable de cosas imposibles de comprobar, que se refiera a un colectivo como jóvenes, o drogadictos, o cualquier otro, que venga de países lejanos, y que hable de cosas truculentas (sexo, drogas, violencia, muerte)… poneos alerta, porque podéis estar ante un nuevo bulo.

¿Deberían los padres preocuparse por este bombardeo de peligros que desfilan ante nosotros? Mi respuesta es simple: muy poco. Ya hay bastantes peligros en el mundo y bastante trabajo que hacer con nuestros hijos como para preocuparnos por fantasías creadas por un periodista sin escrúpulos. Además, noticias como la de la Ballena Azul asumen que no existe la voluntad de las personas, porque nos dicen que, bajo la presión de alguien en una red social, la gente se suicida. No es así. Puede haber gente vulnerable por muchas cuestiones que esté planteándose el suicidio, sí. Incluso puede que esta gente encuentre a desaprensivos que le animen a quitarse la vida. Pero lo que no es posible es que, solo por pertenecer a un grupo que promueva el suicidio, un joven decida suicidarse.

Nota: todas las «noticias» de las que hablo aquí son bulos que han quedado en nada.

Nota 2: Snopes, la web de leyendas urbanas por excelencia, trató el tema de la ballena azul y la juzgó «imposible de comprobar»: http://www.snopes.com/blue-whale-game-suicides-russia/

Nota 3: hace pocos días alguien ha tenido la idea de difundir «el abecedario», un presunto juego entre chavales que promueve el acoso. Ved las redes. Consultad las noticias. ¿No veis puntos en común con todo lo que he contado aquí?

 

El valor de tu palabra (II)

Hablaba yo el otro día sobre el valor de lo que decimos (antes de seguir leyendo te aconsejo echarle un ojo a la primera parte aquí). Hoy reflexionaré un poco sobre algunos trucos para mejorar nuestra capacidad comunicativa y hacernos entender mejor.

La mayor parte del tiempo nos comunicamos muy mal. No es porque seamos tontos. El lenguaje es una herramienta muy potente, pero nos empeñamos en usarla mal, en situaciones muy complicadas y de maneras muy poco eficaces. Todo el mundo sabe hablar, pero no todos sabemos hacernos entender. Y lo curioso es que para aprender a comunicarnos mejor no hace falta tener estudios o ser muy inteligente: basta con seguir una serie de estrategias o «trucos» muy sencillos. Algunas personas usan estas estrategias de forma natural, pero a la mayoría nos cuesta más, simplemente porque siempre hemos hablado de una determinada forma y no nos molestamos en cambiar.

Busca el momento adecuado para decir las cosas. Conozco una pareja que, por falta de tiempo, habla de temas importantes mientras el chico va conduciendo. Error. Él no se entera de la mitad de las cosas que ella le dice, porque ¡está conduciendo! Está atento a las señales, a los coches, a la carretera. No le queda atención para dedicar a lo que le dice su mujer. Ella seguramente sabe hablar muy bien, pero lo que dice se está perdiendo por no decirlo en un momento más adecuado. Elige un momento tranquilo, donde la otra persona pueda dedicarte su atención. Puede ser en casa, en una cafetería tranquila o en la calle, paseando. Evita hablar en situaciones de preocupación o donde haya otras cosas que os distraigan.

Elimina las distracciones. ¡Apaga la tele! Nadie puede atender a otra persona mientras la televisión está encendida. No nos damos cuenta, pero es muy difícil atender a alguien mientras la tele da noticias o emite anuncios. Apágala y tendrás la atención de la otra persona (pero pregunta antes). Lo mismo puede aplicarse a los móviles, internet, la radio, la aspiradora…

Pide la atención de la otra persona. «Hablemos de cómo vamos a planificar esta semana, ¿podemos hacerlo ahora?». Una sencilla frase como esta puede indicarle a la otra persona que vamos a hablar de algo importante y que solicitamos que nos atienda. No esperes que los demás van a ser todo oídos solo porque has decidido empezar a hablar. Anúncialo. Si no pueden atenderte en ese momento, pregunta cuándo. No importa esperar un poco más.

¡No grites! Vamos a ver. No dejo de encontrarme personas que, en su casa, se dicen las cosas vociferando de una a otra habitación. ¿Tantísimo cuesta dar tres pasos y acercarnos? Cuando nos dicen algo gritando, nuestra primera reacción es contestar a gritos, aunque no estemos enfadados. Los gritos nos alteran y dificultan muchísimo la comunicación. Si no eres capaz de hacer el esfuerzo de caminar cinco metros para decirle algo a la persona de la otra habitación, entonces mereces que ni siquiera te conteste: si tú no te molestas en acercarte es que no le das mucha importancia, y por tanto la otra persona tampoco debería dársela. Algo tan sencillo como esto resolverá muchísimos problemas. ¿Y qué hago si en casa me hablan siempre así? Muy sencillo: no contestes hasta que se tomen la molestia de acercarse y hablar contigo cara a cara.

Sé breve. No des rodeos ni explicaciones innecesarias. Simplemente piensa lo que quieres transmitir y dilo. Si quieres decir que no vas a ir al cine el viernes de noche, no empieces a hablar de tu economía y de lo mucho que te gustaría ir, pero…. bla, bla, bla. Prueba a decir, simplemente, «la verdad es que no me apetece ir al cine este viernes». Cuantas menos palabras, mejor comunicación y menor probabilidad de malentendidos. Las personas más inteligentes no son las que usan palabras rimbombantes o hablan mucho, son las que pueden decir cosas complejas con palabras simples.

Asegúrate de que te han entendido. Es como cuando en las películas el grupo dice «repasemos el plan» y vuelven a repetiro todo (mientras alguno de ellos se queja). Pregunta si todo está claro y, si hace falta, pide que te lo repitan si no es algo muy largo. Por ejemplo: «¿todo claro?», o «¿tienes claro donde tienes que comprar los billetes?», o «esto es importante, así que quiero que lo tengamos claro, ¿puedes repetirme a qué hora hemos quedado?». Haciendo esto te aseguras de que te han entendido y captado tu mensaje, y no tendrás que repetirlo cuarenta veces en el futuro.

Hay muchos más trucos para comunicarnos. Yo solo he planteado alguno. ¿Hay alguna otra cosa que te sirva para comunicarte mejor con los demás?

Y un poco de humor:

Maxi Costales Psicólogo Avilés

 

El valor de tu palabra

¿Por qué un diamante, o una pepita de oro, son tan valiosos? ¿Crees que es porque hay muchos y todo el mundo puede tenerlos? No. Es justamente por lo contrario: porque son escasos, encontrarlos requiere mucho trabajo y por tanto son muy apreciados. Su escasez es lo que hace que los diamantes y el oro seran tan valiosos. Si hubiese tantos diamantes como vulgares piedras, no tendrían ningún valor.

Psicólogo Avilés niños

Lo mismo ocurre con las palabras. Los seres humanos somos seres con una gran necesidad de comunicarnos, y para ello usamos la palabra. Por desgracia, ¡no sabemos cuando callarnos! Muchas personas seguramente estén diciendo alguna cosa interesante pero, como no se callan, lo interesante pierde su sentido y se pierde entre tanta palabrería. Cuanto más repitamos las cosas, menos valor tendrán. ¿Recuerdas el cuento de Pedro y el lobo? De tanto repetir que venía el lobo, Pedro consiguió que el valor de su palabra fuese tan escaso como para que sus vecinos no le hiciesen ni caso cuando el animal finalmente se presentó de verdad.

Es muy frecuente, sobre todo en el campo familiar y en las parejas, ver a personas que no se hacen ni caso unas a otras. Se han acostumbrado tanto a oir las mismas cosas que se han vuelto sordas a amenazas, súplicas, órdenes y quejas. Por supuesto, la otra parte no entiende por qué, a pesar de haber dicho un millón de veces que va a castigar a su hijo, este sigue haciendo la misma trastada una y otra vez. ¿No será, justamente, por haberlo dicho un millón de veces? Ejemplos:

No paro de decirle a mi hijo que le voy a quitar la consola si sigue usando el móvil en la mesa.

No soporto que mi novio fume. Le tengo dicho mil veces que lo deje o le dejo yo a él, y nada.

Le tengo dicho a mis hijos que si siguen con sus broncas me va a dar un ataque.

Mi novia parece que pasa de mí. Cada vez que le cuento algo de lo que me hace mi jefe ni me escucha. Y eso que llevo años contándole lo mal que me va en el trabajo.

¿Notáis algo en común en todos estos ejemplos? Efectivamente: lo que dicen estas personas ha perdido todo su valor a fuerza de repetirlo. ¿Quién va a hacer caso de una amenaza de castigo si ya la ha escuchado mil veces sin que nunca pase nada? ¿Quién va a creerse que Fulano va a dejar su trabajo porque está hasta el gorro cuando Fulano lleva diciendo lo mismo desde 1998? Nadie. Estos diamantes en potencia han perdido todo su valor.

Próximamente os daré algunos consejos para que vuestras palabras conserven su fuerza y su valor, y para que no tengáis que repetir mil y una veces las cosas.

Podéis ver la segunda parte de este artículo aquí.

Vencer sin luchar

Maestro zen

Las historias de la tradición zen y sufí que han llegado a occidente a menudo son protagonizadas por fieros y temidos guerreros que hacen aspavientos con sus armas, y por maestros ancianos imperturbables que ven sus demostraciones como un niño que ve caer una tormenta terrible por la ventana.

Una de tales historias habla de un guerrero muy famoso que había asolado incontables ciudades y conquistado vastos territorios sin jamás haber sido derrotado. Era tal el horror que provocaba en los pobladores que cuando supieron que el ejército del famoso guerrero se dirigía hacia el país todos —hasta los gobernantes— dejaron las casas vacías, con las ollas de sopa todavía hirviendo sobre los fogones, huyendo a toda prisa.

Todos menos el maestro zen que vivía modestamente en la ladera de una escarpada montaña.

Una vez que el ejército tomó el control de la capital, el famoso guerrero se dirigió hasta la cabaña del maestro zen con el objetivo de verlo con sus propios ojos. Cuando llegó ante él, viendo que se trataba de un sencillo anciano que ni siquiera se había puesto de pie para suplicar por su vida, el guerrero prorrumpió en insultos.

“¡Viejo tonto!”, le dijo, a la vez que desenvainaba su espada, “¿no te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría cortarte a la mitad en menos de un parpadeo?”.

El maestro permaneció inmóvil y respondió:

“¿Y tú te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría ser cortado a la mitad sin parpadear?”.

¿Todo es machista?

Ante la duda, todos culpables.

Me encuentro el otro día con este cartel. Según lo que pone, absolutamente toda persona viva es machista. Sin tener en cuenta lo que piensa, lo que hace o lo que siente. Así, porque sí. Por vivir.

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Veo con cierta alarma que hay muchas personas empeñadas en hacernos creer que cada uno de nuestros gestos, pensamientos, frases y acciones DEBE tener un significado, y este significado solo puede ser a favor o en contra de las mujeres. Nunca neutral. Da igual que hablemos de jugar al golf, preferir la lubina al atún o escribir un blog. Todo es machista y, si te portas bien, a lo mejor alguna de tus acciones es no-machista. Pero no te confíes.

Es como una caza de brujas de antaño, en la que cualquier chorrada es juzgada rápidamente como opresora, falocrática y qué se yo qué más. Y cansa. Cuando yo hablo con un ser humano, y hablo con muchos, me da completamente igual que sea hombre o mujer. Respeto, tolerancia y asertividad son cosas universales que hay que ofrecer a nuestros semejantes, sea cual sea el sexo con el que hayan nacido. No me parece que ser mujer u hombre sea algo relevante. Es así de simple. No es necesario complicarnos más.

Ah, y a nadie le gusta que le llamen machista así, porque sí.

San Valentín

Bueno, se acerca de nuevo esa fecha en la que el amor debe ser demostrado a base de regalos caros, comúnmente llamada San Valentín. Nos dice la historia que la fiesta proviene de las Lupercarias romanas, que luego se asociaron con el mártir San Agustín. Este santo casaba en secreto a soldados de las legiones romanas, en un tiempo en que el emperador había prohibido que los soldados profesionales se casaran.

Por desgracia, y como casi todo, a día de hoy la celebración de San Valentín se reduce a dinero. Una cena cara, un anillo caro, un bolso caro, un móvil caro…

¿Y si no lo hacemos? Si eres de los que suele gastarse una pasta en regalos, ¿qué crees que pasaría si este año no comprases nada? ¿Cómo reaccionaría tu pareja? Quizás la respuesta nos diga algo (o no). ¿Y si en vez de un anillo de brillante le compramos una pizza familiar?

Es como si tuviésemos que demostrar a nuestra pareja y a los demás que nos queremos mucho, pero solo pudiésemos demostrarlo a base de tarjeta de crédito. Las tiendas y negocios le dan mucho bombo porque, en fin, viven de ello. Pero ¿por qué le das tanta importancia ? ¿Acaso sientes que no demuestras suficiente amor el resto de días del año? Entonces de poco servirá gastarse mucho dinero el 14 de febrero. ¿Quieres estar a la altura y pretendes conseguirlo con euros? Tu pareja te querrá por cómo eres y por tu valía personal, no por el dinero que puedas gastarte. ¿Acaso lo haces por inercia, porque «es lo que se espera» o porque todos tus amigos lo hacen? Entonces has escogido el peor motivo: dejarte llevar.

No hace falta gastarse nada, ni esperar a San Valentin, ni siquiera es necesario algo material, para crear un día especial. Pero tiene que ser algo que salga de nosotros, que nos guste hacer, no algo impuesto por la costumbre, por no defraudar, por seguir la corriente o por aparentar. Para eso ya está Instagram.

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Como todos

Salimos a la calle, pensando en nuestras cosas. Vemos a los demás. Sufren. Unos lamentan que las navidades hayan acabado. Otros se llevan quejando semanas de los excesos navideños, de las comidas excesivas, de tener que ver a su suegra, de los compromisos. Alguno llora porque tiene que volver al trabajo, o porque le ha dejado su novia, o vete a saber por qué. El caso es que todos van con un peso a cuestas, y quieren compartirlo con los demás a toda costa. Lo llevan bien visible. Hablan de lo que les atormenta a la mínima oportunidad, se centran en ello, se regodean en ello.

Nos quedamos sorprendidos. ¿Será que este es el estado normal de los humanos? ¿Será que hay que estar así, siempre, pase lo que pase? No parece haber alternativa: nos ponemos alerta, pensamos en algo desagradable, nos obsesionamos con algo malo que puede ocurrirnos en el futuro o con algún error del pasado. Hemos dejado de ir tranquilamente por la vida; ahora ya estamos sufriendo por uno u otro motivo.

Lo hemos conseguido.

Ya somos como todos.

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Padres, hijos y móviles

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Estoy leyendo un interesante estudio sobre la relación de padres, hijos y tecnologías varias realizado por las universidades de Washington y Michigan. El estudio se centra en la relación que tienen las familias con tecnologías como móviles, tablets, internet, etc. Se tuvo en cuenta la opinión de los padres, por un lado, y la de los hijos, por otro. También estudiaron qué tipo de normas intentaban aplicar las familias para controlar o limitar el uso de estas tecnologías.

Las quejas de los padres eran sobre todo relacionadas con la incapacidad de sus hijos para «desconectar» del móvil. También dijeron que, por lo general, los hijos cumplían las normas establecidad en casa, aunque algunas eran más fáciles de cumplir que otras: las más incumplidas eran las normas sobre cuándo y en qué situaciones se pueden usar los móviles (en la cena, la comida…).

Pero más interesantes me parecieron las respuestas de los niños.

  • Muchos niños recriminaban a sus padres que incumplían las mismas normas que les obligaban a cumplir a ellos. Lógicamente, esto hacía mucho más difícil para los niños cumplir esas normas.
  • Demandaban que los padres les prestasen más atención: por ejemplo, que no tuviesen el móvil en la mano cuando querían hablar de algo que ellos consideraban importante.
  • Los menores expresaron sentirse muy incómodos cuando sus padres subían a las redes fotos o información suya sin su consentimiento. Los menores necesitan controlar su imagen en las redes. También percibían que otros padres hacían lo mismo, así que parece algo generalizado.
  • Los propios niños demandan a sus padres que usen las tecnologías con cierta moderación.
  • Les resulta mucho más fácil seguir las normas que se han decidido entre todos que aquellas que deciden los padres unilateralmente. Si las normas de uso de móviles se tomaban en conjunto, se cumplían mucho más.
  • Muchos niños recriminaban a sus padres que utilizaban los móviles mientras conducían, lo cual es algo inquietante.
  • En general, los niños aceptaban la necesidad de unas normas estables y racionales, y de hecho reclaman que existan dichas normas.

Todo lo anterior nos indica una cosa: los niños piden a los adultos exactamente lo mismo que los adultos les exigen a ellos.

Esto se aplica no solo al uso de móviles, si no a casi todas las cosas. Un hogar necesita reglas, pero estas reglas deberían ser estables, racionales y consensuadas entre todos. Es mucho mejor sentirse parte de la toma de decisiones que ser un mero espectador que se ve obligado a cumplirlas. Los padres deberían cumplir las mismas reglas que imponen a sus hijos (dentro de los límites de edad y adultez) ya que, de lo contrario, les va a resultar muy difícil defender dichas normas si se incumplen. ¿Cómo pedir a nuestros hijos que no fumen en casa o que no coman con el móvil en la mano si lo hacemos nosotros? Evitemos las incongruencias y la educación de nuestros hijos será más fácil.

El estudio completo puede consultarse aquí:  http://www.west-info.eu/mummy-stop-posting-my-photos-on-facebook/face-4/

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Falsas ideas sobre el consumo de alcohol

En mi trabajo me encuentro frecuentemente con problemas de consumo de alcohol. Muchas personas acuden buscando ayuda para abandonar o controlar la bebida, ya que el alcohol se ha convertido en una fuente de problemas importante en sus vidas.

Lo primero que suelo hacer es aclarar algunas falsas ideas muy asociadas al alcohol. Estas ideas suelen estar muy extendidas y muchos de los pacientes comparten una o varias de ellas. Tenemos una idea bastante equivocada de lo que es el abuso del alcohol y el alcoholismo, y es necesario empezar a aclarar conceptos si queremos enfrentarnos a este problema. En muchas ocasiones, estas ideas se usan como excusa o razonamiendo para no abandonar nuestros hábitos nocivos de consumo; otras veces impiden que la persona se de cuenta de que realmente tiene problemas con la bebida. Espero que este breve artículo ayude al lector a identificar y debatir alguna de sus propias ideas sobre el consumo de alcohol.

«No veo que tenga un problema con el alcohol». Muy a menudo la persona no siente que tenga un problema con la bebida. En muchas ocasiones vienen presionados por alguien de su entorno cercano, como su pareja o familia. No sienten que ellos hagan nada fuera de lo común, ven que su consumo es normal y creen que las consecuencias negativas son, simplemente, parte de la conducta normal de beber. Por desgracia, y aunque ellos no lo perciban así, si el entorno ha llegado a buscar la ayuda de un profesional es que algún problema hay. A lo mejor no es tan grave como afirma la familia ni tan inexistente como dice el implicado, pero es casi seguro que habría que hacer algún cambio en los hábitos de consumo. Por desgracia, las personas con esta idea suelen negarse a recibir ayuda, lo cual parece lógico si no creen tener ningún problema. Muy frecuentemente, ocurre algo que les hace abrir los ojos (lo que algunos llaman «tocar fondo»). Suelen ser problemas con la ley, problemas de salud, crisis con sus parejas o familias… Hay quienes creen que la persona no buscará ayuda hasta no haber «tocado fondo».

«El problema es de los demás (mi pareja, hijos, familia, otros)». Es una idea muy relacionada con la anterior. La persona que no cree tener un problema con el alcohol suele echar «balones fuera» y afirmar que es un problema de los demás: su mujer está muy obsesionada con el tema, sus padres exageran mucho, su familia quiere controlar lo que bebe o no… En estos casos, la consulta se convierte en un lugar en el que cada uno expone cómo ve el caso y qué pretende conseguir. El profesional dará su opinión sobre si cree que existe o no un problema con el alcohol. No siempre es posible ponerse de acuerdo: a veces, las familias quieren que se abandone radicalmente la bebida mientras que el afectado quiere simplemente beber menos. En estos casos habrá que negociar y lograr un acuerdo. Es imposible una terapia eficaz si cada uno de los implicados busca una cosa diferente.

«Yo puedo controlar el alcohol que bebo». No siempre es así. El abuso de alcohol y el alcoholimo se caracterizan porque la persona pierde el control de lo que bebe y su capacidad de decisión. Es muy frecuente que la persona pueda controlar el consumo al principio, pero a partir de cierta cantidad de copas o bebidas, este control desaparezca. Por eso es fundamental dar herramientas para que la persona pueda decidir hasta dónde bebe en vez de descontrolarse.

«Bebo porque me gusta». Puede ser cierto, o puede que no. Uno de los principales motivos de beber demasiado es usar la bebida para afronatr situaciones o emociones negativas. Por eso es vital aprender a llevar estas situaciones sin recurrir al alcohol. Si bebemos para afrontar la ansiedad, la tristeza o las preocupaciones en vez de hacerlo porque nos gusta o en situaciones sociales, es probable que tengamos un problema.

«Yo no soy alcohólico». No es necesario ser alcohólico para tener problemas con el alcohol. Tenemos la idea de que un alcohólico bebe cada día y a todas horas, y no es así. El alcohol puede tener gravísimas consecuencias aunque solo bebamos los fines de semana o incluso una vez cada mucho tiempo.

«Los alcohólicos son personas fracasadas, cuya adicción se nota nada más verlas». Nada más falso. Aún tenemos la imagen del borracho del pueblo que va de bar en bar, desastrado y casi en la indigencia, y esto ocurre en pocos casos. Lo habitual es tener una vida normal y corriente, con relaciones familiares y sociales, y además tener problemas con el consumo de alcohol. Es cierto que, con el tiempo suficiente, el alcoholismo acaba destruyendo lazos familiares, amistades y trabajos, pero no conviene esperar a verse así para actuar. De hecho, cuanto mejores lazos sociales y familiares tenga el afectado, mejor será su pronóstico.

«La única solución con el alcohol es no probarlo nunca más, y no me veo capaz». Hasta hace poco se pensaba que la única forma de superar los problemas con el alcohol era la abstinencia total. Esto es cierto en algunos casos. Existe otra opción, que es la bebida controlada: ofrecer a la persona una serie de recursos y herramientas para que pueda enfrentarse a situaciones de consumo sin perder el control. Es decir, que pueda decidir si beber o no y que sepa cuándo parar. Los programas de bebida controlada funcionan y son una alternativa a la abstinencia total.

«Si vuelves a beber significa que has fracasado». Prevenir recaídas es una parte muy importante de la terapia. Es fundamental que la persona no pierda la esperanza si vuelve a beber o emborracharse. En lugar de verlo como un fracaso, deberíamos tomárnoslo como una oportunidad de aprender por qué ha ocurrido, qué me ha impedido controlarme y cómo puedo evitarlo en el futuro. Las recaídas son una forma inesperada de aprender a manejar el consumo y hay que afrontarlas con valor y esperanza.

Nunca es mal momento para cambiar nuestra forma de beber. Puede hacerse.

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Imagen de Alcohólicos Anónimos

Cuando la necesidad de aprobación se convierte en una cadena

A todo el mundo le gusta ser valorado. Lo normal es preferir que los demás te acepten y te aprueben, ya sea tu pareja, tu familia, tus amigos, etc. Nadie quiere ser criticado por los demás (y, de hecho, llevamos muy mal soportar las críticas). Tendemos a rodearnos de personas que nos hagan sentir valoradas y que nos acepten, y solemos evitar a as personas con las que estamos muy en desacuerdo. Esto es algo normal y lógico: los humanos somos seres muy sociales que queremos llevarnos bien con las demás personas.

El psicólogo Abraham Maslow, en su famosa pirámide de necesidades, incluye los factores sociales como algo de vital importancia. Según este modelo, por encima de las necesidades fisiológicas y de seguridad están las sociales (amistad, afecto), y una vez cubiertas estas buscamos la estima de otros: tener éxito, ser valorados, ser respetados…

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Vemos, por tanto, que la búsqueda de la aprobación y la estima de los demás es algo natural en el ser humano.

El problema surge, como en casi todo, cuando llevamos este deseo de ser aceptados hasta el extremo. Conseguir que nos aprueben se convierte entonces en una necesidad extrema, y si no lo conseguimos lo pasamos realmente mal. En mi consulta veo con frecuencia a personas que hacen esfuerzos titánicos para conseguir que sus familias, parejas o amigos las acepten, las valoren y les digan algo así como «lo estás haciendo muy bien». Por desgracia para estas personas, cuanto más intentan agradar a ciertas personas, peores resultados parecen conseguir. De hecho, con el paso de los años estas personas acaban viviendo únicamente para agradar a otros, y todas las decisiones que toman van encaminadas a recibir una «palmadita en la cabeza».

Es un error buscar a toda costa la aprobación de otros, sean quienes sean. Es muy frecuente ver padres muy exigentes que nunca parecen estar de acuerdo con lo que hacen sus hijos, y que prácticamente les empujan, desde niños, a desvivirse para conseguir un poco de atención o un aplauso. Quien ha vivido esto de niño suele conservar la costumbre de adulto, y se convierte en un «esclavo» de sus padres el resto de su vida. Esta búsqueda desesperada de aprobación también es muy frecuente en parejas.

Algunas ideas para que nuestra necesidad de aprobación no se convierta en una cadena:

  • No puedes agradar a todo el mundo. Siempre habrá alguien que no esté de acuerdo con tus ideas o tus acciones. Hazte caso a ti mismo y toma decisiones responsables basándote en lo que tú crees que es justo y lo que te hará feliz.
  • Lo que te hará feliz a ti seguramente no es lo mismo que hará felices a otros. Tu padre puede querer que estudies medicina, pero si te mareas con la sangre, tal vez debas dedicarte a otra cosa. Los demás no pueden decidir por ti lo que es mejor para tu vida.
  • No hay por qué sacrificarse totalmente por los seres queridos. Que alguien sea tu esposa, novia, madre, amigo del alma o cualquier otra cosa más o menos cercana no le da derecho a decidir por ti. No vivas para agradarles. Mejor aprende a ceder, a defender tus ideas, a debatir y a negociar.
  • A veces es mejor dejar de esforzarse. Has dedicado los últimos veinte años a intentar agradar a tu madre, pero ella nunca parece contenta con lo que haces. Tal vez sea hora de dejar de vivir para ella y tomar tus propias decisiones. Total, le van a parecer igual de mal.
  • Acepta que necesitas sentirte querido y valorado por alguien. Es humano. Quien dice «me dan igual los demás» ya está valorando la opinión de los demás. La cuestión es que no necesites desesperadamente ser aceptado para ser feliz.