TDAH, la excusa perfecta

El siguiente artículo es un aportación de Natalia, educadora y autora del blog La Coleccionista de Palabras. Natalia y yo compartimos muchos puntos de vista sobre la educación y el aprendizaje: por ello nos pareció interesante dejar cada uno una pequeña huella en el blog del otro. Natalia, mujer de múltiples talentos, es también la autora de la ilustración que acompaña al texto.

Estoy en clase y mientras intento explicarles en la pizarra la actividad que vamos a realizar, un alumno se levanta de su silla. Le pido que se siente como el resto de sus compañeros, pero a él parece darle igual y se dirige hacia mí y me da un abrazo. Cuando le pregunto por qué había hecho eso, me responde: “me apetecía hacerlo”. A mí me robo el corazón, pero para mi compañero fue la prueba que necesitaba para ponerle al niño la etiqueta de “hiperactivo”, según él “era un niño que no se estaba quieto ni un solo momento y entorpecía la clase”. Pero pedirle a un niño que no se mueva durante tres horas es como decirle a la tierra que deje de girar.

En la sociedad actual buscamos a “niños/as modelo” que tienen que comportarse de una manera determinada, vestir a la ultima, ser buenos estudiantes, sociables, seguir el ritmo de sus compañeros y tener muchos talentos (ballet, pintura, guitarra, hablar cuatro idiomas…), lo que llevará al niño/a a terminar saturado, desmotivado y frustrado. Seguramente apenas entenderá lo que le pasa y buscará vías de escape. Probablemente desembocará en fracaso escolar, problemas de salud, dificultad para las habilidades sociales y emocionales, déficit de atención y dificultades para desarrollar su propia personalidad. Y cuando no se cumplen las expectativas marcadas los padres y los educadores nos asustamos y escogemos el camino más fácil escondiéndonos detrás de un diagnóstico clínico porque necesitamos ponerle una etiqueta a lo que no entendemos y así nos sentimos mejor nosotros, pero no el niño/a.

Pero lo realmente difícil y valiente sería cuestionarnos si realmente estamos educando adecuadamente a nuestros hijos.

No niego que el niño no tenga un problema, pero colgarle la etiqueta de “enfermo” a tu hijo/a no creo que sea la solución y mucho menos utilizar la medicación para adormilar al niño, porque lo único que estarías haciendo es evitar el problema, no solucionarlo. Pero los niños etiquetados de “hiperactivos” no son los únicos candidatos a estar medicados. Hay padres que acuden a la farmacia porque sus hijos no les dejan hacer las labores de casa o porque el niño/a no duerme por la noche. Utilizamos la medicación como un salvavidas para solucionar nuestros problemas, cuando lo mejor sería enseñar a los padres y educadores a realizar diversas pautas de conducta con los pequeños, con el objeto de educar la atención y disminuir la impulsividad y así facilitar el aprendizaje de autocontrol que necesitan. Claro que, si la situación nos supera, siempre podemos recurrir a la ayuda de un psicólogo especialista en terapia cognitivo-conductual, que sabrá orientarnos y facilitarnos herramientas que nos ayudarán a educar mejor a nuestros hijos.

La educación perfecta no existe. No es cierto eso de que haya una receta mágica para enseñar y aprender aplicable a todo el universo entero, por una sencilla razón: todos somos diferentes, y eso implica que todos aprendemos de manera diferente. Puede que aplicar una metodología a Pepito produzca resultados maravillosos, pero la aplicamos a Juanita y es un “fracaso”. No, no es un fracaso, es simplemente que ella aprende de una manera personal y única. Por tanto, educar es una tarea constante de adaptación y búsqueda de nuevas y diversas formas por parte del educador/a.

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Los niños merecen sentirse comprendidos y aceptados, que alguien les tienda una mano que les guie hacia el camino de ordenar su mente y aclarar las ideas. Pero por desgracia la educación actual penaliza los errores y marca metas muy elevadas que los niños se ven en la obligación de cumplir, poniendo todas las esperanzas en el resultado, cuando lo más importante es ver que a través de las equivocaciones es donde podemos sacar los mejores aprendizajes, y sólo así lograrán aprender a poner a prueba todos sus recursos. Tendría que ser obligación reconocer y premiar los avances que realizan los niños.

En mi opinión no deberíamos precipitarnos en nuestras conclusiones con diagnósticos precoces y erróneos, porque como se dice “cada niño es un mundo” y no todos tenemos el mismo desarrollo fisiológico. Muchos niños a los que les cuesta seguir el ritmo de la clase, pueden manifestarse inquietos en el aula porque se aburren. Nuestra labor como padres y educadores es potenciar la diversidad, mediante la creatividad y el talento; cuanto más creativos sean los niños más posibilidades tendrán de autorrealizarse, debemos dejarle su propio espacio a medida que crezcan, lo que les ayudará a descubrir sus gustos e intereses y a comprender quiénes son.

Psicólogos y psicoanalistas

«¿Tú eres psicólogo? ¿Me estás psicoanalizando?»

«Oye, ¿tú sabes interpretar sueños?»

«De pequeño me pasó tal cosa… ¿qué significa? ¿Puede influir en esto que me ha ocurrido ahora»

Todo lo anterior son preguntas reales que los psicólogos oímos, y no pocas veces. Todas ellas se basan en un error muy fácil de cometer: confundir un psicólogo con un psicoanalista. Intentaré solucionar esta duda tan frecuente.

Cuando uno acude a un psicólogo privado, acude a una persona que ha hecho la carrera de Psicología. Hoy en día, para ejercer la psicología en una consulta privada, hay que estar reconocido por Sanidad como Psicólogo General Sanitario (conviene preguntar por esto cuando se acude a un psicólogo).

Los psicólogos trabajan con distintas herramientas y tienen distintos enfoques. Hoy en día, la orientación más frecuente es la Cognitivo-Conductual. La psicología Cognitivo-Conductual intenta abordar tanto los pensamientos y emociones de la persona como su conducta para intentar mejorar su vida. La teoría es que si cambiamos nuestra forma de pensar y ver el mundo y nuestra forma de comportarnos, cambiará nuestra vida. Hay otras orientaciones diferentes, como la Terapia Breve, la Terapia de Aceptación y Compromiso, la Psicología Sistémica, etc. Un psicólogo puede usar varias de estas técnicas, o todas, si es lo bastante avispado. Una de estas técnicas o enfoques es el psicoanálisis.

¡Ojo!, no todos los psicólogos son psicoanalistas.

Un psicoanalista es un psicólogo que además usa una técnica determinada: el psicoanálisis. El psicoanálisis es una forma de entender nuestra mente. Según su creador, Sigmund Freud, los problemas psicológicos se deben a los contenidos subconscientes de nuestra mente. Por ello, un psicoanalista indagará en el pasado, la niñez, los sueños de sus pacientes, intentando encontrar una causa inconsciente de los trastornos. Un psicoanalista también puede echar mano de otras técnicas y otros enfoques, como los que he mencionado antes. De hecho, en la actualidad los psicólogos que se dedican al psicoanálisis han ido incorporando otros enfoques a sus terapias, enfoques que han demostrado ser más eficaces y mucho menos costosos que el mero psicoanálisis.

En España hay muy pocos psicoanalistas. En otros países, especialmente en Sudamérica, tienen más éxito. Si uno conoce a un psicólogo, es casi seguro que no se dedicará al psicoanálisis. Los psicólogos que no hacemos psicoanálisis no solemos tener diván en nuestras consultas.

Personalmente, el psicoanálisis no me convence. Dura muchísimo, es muy costoso y no es eficaz. Pero lo más importante es que se centra en aquello que no podemos cambiar: nuestro pasado. Yo prefiero centrarme en el presente, en el aquí y ahora, donde podemos construir unos buenos cimientos para nuestro futuro.

De todas formas, y fuera de nuestras consultas, los psicólogos (seamos psicoanalistas o no):

  • NO interpretamos sueños
  • NO hacemos diagnósticos
  • NO psicoanalizamos

Y, en general, no hacemos las cosas que forman parte de nuestro trabajo diario, del mismo modo que una peluquera no va por la calle peinando a la gente o un soldador arreglando chapas.

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El anillo del rey

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Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con dos personalidades.

Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz.

Ya desde la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos.

Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas.

En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos.

Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los pedidos de sus súbditos y amigos.

Sin embargo, había también otros días.

Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir un rato más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado.

Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba aun más que las lluvias. La comida estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba su dolor de cabeza.

Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba opositores…

Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era NO.

Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión.

—Señores —les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de otra manera. Necesito de ustedes, señores, que trabajen juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero.

Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey.

Sin embargo todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado.

Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso.

Esa noche el rey lloró.

A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia.  Era un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca.

—Majestad —dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio.

Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero.

El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo único que había era un anillo plateado.

—Gracias —dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico?

—Por cierto lo es —respondió el viajero—, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo… Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo. Y recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo.

El rey tomó el anillo y leyó en voz alta: Debes saber que ESTO también pasará.

(Adaptado de Jorge Bucay)

 

Las obsesiones

Carmen acaba de ser madre. Sostiene a su bebé frente a una de las ventanas del hospital, mientras lo mira amorosamente. De repente, y sin que se sepa de dónde ha salido, un pensamiento aparece en su mente: «¿y si tiro al niño por la ventana?». Carmen se queda horrorizada. ¿Cómo ha podido pensar eso? ¿Qué clase de madre es? En los días siguientes, no deja de darle vueltas a ese pensamiento. Cree que puede hacer daño a su hijo, piensa que es una madre espantosa, y llega a temer que se lo quiten. No para de darle vueltas a la idea de arrojar a su hijo por la ventana, hasta el punto de evitar estar con el niño a solas y no acercarse a las ventanas.

Lo que a Carmen le ocurre es que ha sido presa de un pensamiento obsesivo. Los expertos han determinado que a lo largo del día pasan por nuestra mente unos 60.000 pensamientos, así que es fácil que alguno de ellos sea amenazador, absurdo o peligroso.

Las obsesiones son pensamientos repetitivos, intrusivos y molestos. Suelen ser una misma idea repetida hasta la saciedad. Los pensamientos obsesivos aparecen en nuestra mente una y otra vez, causando ansiedad y sufrimiento, y no podemos librarnos de ellos por más que lo intentemos. De hecho, intentar que desaparezcan hace que el problema sea peor…

Psicologo en Avilés

No es lo mismo una obsesión que una preocupación. Cuando estamos preocupados por algo, le dedicamos mucho tiempo y le damos muchas vueltas, es cierto, pero eso no es una obsesión. Tal vez nuestra preocupación esté justificada y sea razonable darle vueltas. Quizá estemos tratando de tomar una decisón importante, o reflexionamos sobre la mejor forma de hacer algo. La preocupación puede tener sentido.

Las obsesiones, por el contrario, pueden no tener sentido alguno. Uno puede obsesionarse por cosas aparentemente absurdas, como si es homosexual o si va a contraer una grave enfermedad, a pesar de que no haya ninguna prueba que lo justifique. Muchas veces, las obsesiones conducen a las compulsiones, que son conductas para reducir el malestar causado por esos pensamientos. Por ejemplo, si pensamos que podemos hacer daño a los demás (obsesión), dedicaremos mucho tiempo y esfuerzo a comprobar que no se lo hemos hecho (compulsión).

Las obsesiones pueden tratarse en la consulta de un psicólogo. Lo primero que hay que tener en cuenta es que son solo pensamientos y que no pueden hacernos daño alguno. También intentar disminuir el tiempo que les dedicamos, con técnicas como la parada de pensamiento o la focalización de la atención en otros asuntos. Las técnicas de relajación pueden ayudar, así como el mindfulness para aceptar que podamos tener pensamientos molestos o inadecuados sin que supongan un peligro.

¿Qué hacemos con la depresión? (2ª parte)

Aquí he introducido brevemente lo que es una depresión y he tratado de desmontar algunos mitos que habitualmente se asocian con ella.

¿Cómo reconocer las señales de una depresión?

Cuando nos ataca la depresión, las personas más cercanas suelen ser las que antes notan que algo va mal. Podemos reconocer estas señales en nosotros mismos o en otras personas. Como en casi todos los trastornos, detectar el problema a tiempo es muy importante y nos ayuda a tomar medidas o a iniciar un tratamiento. He dividido los síntomas en emocionales (sentimientos), cognitivos (pensamientos) y físicos (cambios en nuestro cuerpo):

Signos emocionales

  • Tristeza, apatía, abatimiento, son tal vez los síntomas más asociados con la depresión
  • Desgana hacia casi todas las cosas
  • No disfrutar de cosas que ante sí nos causaban placer
  • Todo se hace «cuesta arriba» y cuesta mucho emprender cualquier actividad
  • Ansiedad, nerviosismo (paradójicamente, la falta de actividad provoca también un aumento de la ansiedad y la inquietud)
  • Culpa, por el mero hecho de sentirse así, y por las cosas que estamos dejando de hacer y de disfrutar

Signos cognitivos

  • El pensamiento se vuelve lento
  • Dificultad para concentrarse en casi todas las tareas
  • Pesimismo, pensamientos catastrofistas, «verlo todo negro», preocupación por lo negativo, los fracasos, etc.
  • Ideas de autolesionarse o pensamientos de suicidio
  • Incapacidad para ver las cosas buenas, lo positivo
  • Autocríticas constantes, «machacarse» a uno mismo
  • Sentimientos de inutilidad: «estoy fallando a mi familia», «no estoy a la altura», «estoy haciendo daño a los demás», «he fracasado»

Signos fisiológicos

  • Fatiga constante, independientemente de la cantidad de cosas que hagamos
  • Sueño, cansancio, ganas de tumbarse o meterse en la cama a cualquier hora
  • Cambios en el sueño (mala calidad del sueño, pocas horas de sueño, despertarse temprano, dificultad para dormir aunque se esté muy cansado)
  • En general, la persona hace muchas menos cosas que antes
  • Cambios en la alimentación (la persona come más o menos que antes)
  • Cambios de peso (subidas o bajadas)
  • Falta de interés sexual

Psicólogo en Avilés

Cuando una persona presenta varios de los síntomas anteriores durante un cierto período de tiempo, es posible que estemos ante una depresión. ¡Ojo!, la lista anterior no debería utilizarse como una guía para diagnosticar depresiones.

¿Qué hacemos con una persona que sufre depresión?

  • Calma. Muchas personas pasan por depresiones, y muchas de estas personas las superan y siguen con sus vidas. Aunque las depresiones pueden hacer que lo veamos todo negro, no desesperemos: de esto se sale.
  • Acudir a un profesional. Hoy en día los psicólogos tratamos muchos casos de depresión con éxito. Nuestros antepasados tuvieron que lidiar con sus depresiones sin ninguna clase de ayuda experta. En la actualidad tenemos excelentes servicios de psicología, ¿por qué no usarlos? Es frecuente que la persona con depresión no quiera ninguna ayuda. En este caso, le ofreceremos nuestra ayuda sin atosigarla, explicándole las ventajas de acudir a un profesional, despejando sus posibles dudas, etc. Paciencia.
  • Tener en cuenta que la depresión es real, no es un invento, no es que la persona sea vaga, débil o triste. Si queremos podemos ayudar a una persona a luchar contra la depresión, pero no debemos luchar contra la persona deprimida. Podemos aliarnos con la persona para plantarle cara a su depresión.
  • Intentar no culpar. Frases como «lo tienes todo para ser feliz», «no sé de qué te quejas», «estás haciendo sufrir a tu familia» y similares no solo no ayudan, si no que culpabilizan a la persona y la hacen sentir mucho peor. Además de estar con el ánimo por los suelos, la persona acaba creyéndose que la culpa es de ella… ¡No resulta de gran ayuda!
  • Acompañar y animar a la persona a recuperar poco a poco su vida. Es vital que recupere sus viejas aficiones, entretenimientos y diversiones. Ojo, animar no significa presionar.

Sobre la depresión podrían escribirse libros enteros. Si crees que tú o alguno de tus seres cercanos pueden estar pasando por una depresión, no dudes en ponerte en contacto conmigo.

¿Qué hacemos con la depresión? (1ª parte)

La depresión es uno de los trastornos psicológicos más frecuentes. Se estima que un 20% de las personas pasarán por un cuadro depresivo en su vida, y un 6% de la población ha pasado por uno en el último año. La depresión puede convertirse en un trastorno grave para quien lo sufre. Actualmente es una de las principales, si no la principal, causa de discapacidad en el mundo. Afortunadamente, la depresión es tratable.

Solemos llamar depresión a un conjunto de síntomas caracterizado sobre todo por la infelicidad, el abatimiento, la culpa y la dificultad para disfrutar de vida (anhedonia). En psiquiatría y psicología se distinguen varios tipos de trastornos depresivos: trastorno depresivo mayor, trastorno distímico o trastorno adaptativo con estado de ánimo depresivo son solo algunos de los subtipos. Hay diversas teorías que intentan explicar por qué algunas personas sufren depresión y otras no, incluso personas que han vivido las mismas experiencias y llevan vidas similares. Lo cierto es que no parece haber una única causa de la depresión, por lo que se considera un trastorno multifactorial. Hay eventos que influyen en la aparición de una depresión, como desengaños amorosos, accidentes, enfermedades, malas noticias, abuso de sustancias, cambios importantes en nuestra vida…

Ideas erróneas sobre la depresión

Depresion no es tristeza. La tristeza es un sentimiento temporal, mientras que la depresión es un estado que suele ser más largo. La tristeza puede durar días, semanas o meses en el peor de los casos. La depresión, años. La tristeza aparece por algún evento de la vida (ejemplo: nuestra mascota ha muerto) o ante la perspectiva de algo negativo que se avecina (ejemplo: la melancolía que experimentamos los domingos ante la inminencia del lunes), mientras que la depresión puede aparecer sin que haya un motivo concreto. Por último, en la depresión hay sentimientos de culpa, falta de energía, dificultad para disfrutar, que no están presentes en la simple tristeza.

Depresión no es debilidad. Tradicionalmente se asocia la depresión con una «debilidad de carácter». Nada más lejos. La depresión puede afectar a cualquier persona, fuerte o débil (eso si es que existen personas fuertes y personas débiles). Personas con muchos recursos, inteligentes, y muy bien adaptadas, han caído víctimas de la depresión. La depresión no distingue entre personas ricas, pobres, inteligentes o tontas.

Depresión no es vagancia. Las personas con depresión han sido tachadas muy a menudo de vagas. Es cierto que algunas personas «aprovechan» los síntomas para ser cuidadas o atendidas por amigos y familiares, pero son minoría. La persona con depresión quiere salir del pozo en el que está, quiere recuperar su vida, y quiere disfrutar de lo que antes le ilusionaba.

Depresión no es «estar loco». La depresión es un trastorno tratable. Del mismo modo que si nos rompemos una pierna nuestra movilidad se ve reducida, cuando la depresión nos ataca se ve afectada nuestra capacidad de vivir. Y lo mismo que una pierna puede tratarse sin que la persona quede inválida, podemos tratar la depresión para que la persona mejore su estado. La depresión no es una locura.

Segunda parte de este artículo: ¿qué hacer si detecto síntomas de depresión?

Tu psicólogo en Avilés DepresiónCómo avanza la depresión en nuestra vida

Nueve mitos sobre los psicólogos

Todo el mundo sabe algo sobre lo que hace un psicólogo. Por desgracia, casi todo lo que sabemos es falso.

Los psicólogos son carísimos. No lo son. Un psicólogo honesto te tratará en el menor número posible de sesiones. Los psicólogos preferimos que nuestros clientes mejoren a tenerlos eternamente en consulta. Lo importante es un tratamiento adecuado y ajustado al problema. No por ir más veces o pagar más al psicólogo los resultados van a ser mejores. Si comparamos el coste monetario de una terapia con las consecuencias del problema que nos llevó a consulta, veremos que no es tan caro.

Las terapias duran años o toda la vida. No es así. Como he dicho, no queremos tener a gente perpetuamente en nuestra consulta. Por desgracia, es difícil decir cuántas sesiones va a necesitar una persona, pero los psicólogos no alargamos artificialmente las terapias. Antiguamente, cuando lo que se llevaba era el psicoanálisis, una persona podía pasarse muchos años yendo a consulta. Pero los tiempos y las terapias han cambiado y ahora nadie está años yendo semanalmente al psicólogo (el coste sería astronómico). Cuando el paciente va mejorando, el propio psicólogo le propone ir espaciando las consultas. De acuerdo, algunos casos son «crónicos» y la persona puede requerir visitas puntuales al psicólogo durante años o toda su vida. Pero incluso en estos casos, la persona puede pasar por la consulta una vez cada varios meses, lo que no es demasiado.

El psicólogo es para locos. Los locos (que los hay) no van al psicólogo. Van al psiquiatra, probablemente obligados, y tienen problemas mucho más graves que ir o no ir al psicólogo. Las personas que pasan por la consulta son gente de todo tipo, con todo tipo de problemas. No es necesario tener un trastorno «clínico» para beneficiarse de la ayuda terapéutica de un psicólogo. Incluso esas personas que llamamos «locos», cuando ha pasado lo peor, acuden al psicólogo para que les ayude a entender qué ha pasado y les eche una mano para enfrentarse a futuras crisis. Así que podemos decir que no hay más locos en la consulta de un psicólogo que fuera de ella.

Mi problema no tiene importancia, no es un problema de verdad viendo lo que se ve por ahí. Es posible. Tal vez lo que te pase sea una de esas cosas de la vida que nos ocurren y nos hacen la vida más difícil: rupturas, despidos, divorcios, hijos rebeldes, un trabajo estresante… Y ¿sabes qué? Que las «cosas de la vida» son la causa de un enorme número de consultas. A veces la vida nos supera y necesitamos alguien que nos escuche y nos ayude de forma objetiva. A veces, solo el contar nuestras penas a alguien nos ayuda a organizarlas en nuestra cabeza y a ver la luz al final del túnel. A veces, una sola sesión ayuda a la persona a tomar esa decisión tan difícil, a buscar una salida, a ver las cosas de otra forma. No es necesario tener el mayor trastorno del mundo para ir al psicólogo, ya que hay cosas a las que concedemos poca importancia pero nos hacen sufrir enormemente. ¿Por qué sufrirlas en soledad?

Yo no tengo solución. ¡Vaya! Qué negativo. Todos los problemas pueden mejorarse. No existen soluciones perfectas, pero siempre hay sitio para la mejora. A veces las personas que piensan así han pasado por más psicólogos y no sienten que hayan mejorado lo suficiente. O han sufrido durante tanto tiempo que ni siquiera imaginan que pueda haber una vida diferente para ellos. En estos casos, lo más valiente es decidir darle una oportunidad al profesional y «arriesgarse» a acudir a terapia. Lo peor que puede pasar es que… nos quedemos como estábamos. En casos así, cualquier pequeña mejoría es muy gratificante tanto para el paciente como para la persona.

Son otros los que tienen el problema, no yo. Puede ser (habría que evaluarlo). Pero las cosas son como nosotros nos las tomamos, y no podemos cambiar a otros: solo a nosotros mismos. Así que si estás en una situación en la que sufres «por culpa de» otros, tal vez un psicólogo pueda ayudarte a tomarte las cosas de otra manera y a sufrir menos por lo que hacen los demás.

Eso de interpretar los sueños no vale para nada. Cierto. Por eso no lo hacemos. Solo algunos psicólogos que hacen psicoanálisis interpretan sueños. El 99% de nosotros sabemos que los sueños son simple actividad cerebral durante el sueño y no son interpretables.

No creo en los psicólogos. Lo bueno que tiene la psicología es que se basa en la ciencia, y por eso funciona aunque no creas en ella. Las técnicas que usamos en consulta se basan en estudios serios sobre lo que funciona y no funciona para tratar un determinado trastorno o situación. Si realmente te debates entre acudir al psicólogo y tu «no creencia» en lo que hace, tal vez debas llamarlo y consultarle tus dudas. ¡Seguro que le encantará responderte!

Yo ya estoy tomando medicación o Si voy al psicólogo me medicará. Los psicólogos no podemos dar medicación a los pacientes. Son los psquiatras los que se encargan de ello. La medicación es muy útil en determinados casos, regula nuestro organismo, controla los síntomas más graves, etc. Por desgracia la medicación no va a la raíz o causa del problema, y es ahí donde entra el psicólogo. Ambas cosas no son incompatibles, de hecho es frecuente que una persona tome medicación y vaya al psicólogo. Es perfectamente normal.

¿Se os ocurren más mitos o falsas creencias sobre las consultas de psicología? Si es así, añadidlas en los comentarios.

¿Buena o mala suerte?

Tu psicólogo en Avilés

Una historia china cuenta que un anciano labrador tenía un viejo caballo para arar y cultivar sus campos.

Un día, el caballo se escapó a las montañas. Los vecinos se acercaron al labrador para expresarle sus condolencias por la pérdida, pero él respondió: ¿buena o mala suerte? ¿Quién sabe?

Una semana después, el caballo volvió acompañado por una manada entera de caballos salvajes que se quedaron en la granja. Los vecinos se acercaron para felicitar al labrador por su buena suerte. Este les respondió de nuevo: ¿buena o mala suerte? ¿Quién sabe?

Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia, pero el labrador repitió: ¿buena o mala suerte? ¿Quién sabe?

Unas semanas más tarde, el ejército del emperador entró en el poblado y reclutó a todos los jóvenes en buenas condiciones para ir a la guerra. Al ver al hijo del labrador con su pierna entablillada, lo dejaron en paz.

¿Había sido buena suerte o mala suerte? ¿Quién sabe?

Incluso en la adversidad, no te apresures en lamentarte. Puede que haya algo que aprender.

¡Protege tu tiempo!

El tiempo es un bien escaso. A decir verdad, es la más valiosa de nuestras propiedades: podemos conseguir más cosas, más dinero o más amigos, pero jamás podremos conseguir más tiempo del que tenemos. El día tiene 24 horas, no más.

Cuando llegan las esperadas vacaciones, ocurre algo curioso: cuanto más tiempo libre tenemos, menos podemos disfrutar de él. Nos metemos en compromisos, visitas, citas, comidas, cenas y reuniones, y al terminar el día nos damos cuenta de que nuestras horas de ocio se han esfumado en actividades sin interés.

Hay un remedio para esto: ¡protege tu tiempo!

Muchas personas querrán «robar» tu tiempo:

  • Jefes
  • Amigos
  • Familiares
  • Conocidos
  • Compañeros de trabajo
  • Vendedores, comerciales, llamadas poco oportunas…

Las formas que estas personas tienen de «robar» nuestro tiempo son muchísimas:

  • Cenas, comidas, meriendas, etc.
  • Compromisos familiares (en vacaciones aparecen familiares a los que vemos poco o nada)
  • Fiestas
  • Llamadas inoportunas de jefes, clientes, etc.
  • Celebraciones de todo tipo
  • Favores
  • Grupos de Whatsapp (u otras redes sociales) que requieren atención constante

Por supuesto no pretendo decir que todo lo anterior sea algo malo y haya que evitarlo. Pero si las personas y compromisos anteriores solo sirven para robarnos tiempo y empobrecer nuestro ocio, hay que hacer algo al respecto. Afortunadamente, la solución está en nosotros mismos. Somos nosotros los que tenemos el poder para defender nuestro tiempo libre. ¿Cómo hacerlo? Hay algunas estrategias que podemos usar:

  • Aprender a decir que no. Esto es fundamental, importantísimo. Las personas están en su derecho de pedirnos cosas, y nosotros estamos en nuestro derecho de decirles que no. No tengamos miedo al «qué pensarán». Es muy importante saber negarnos a hacer cosas que realmente no queremos hacer. No es necesario dar rodeos ni explicaciones, basta con un simple «no quiero».
  • Establecer prioridades. Deberíamos decidir qué cosas son realmente importantes para nosotros y cuáles no. Por ejemplo, si el deporte es para nosotros una prioridad, deberíamos embarcarnos en otros planes únicamente cuando hayamos hecho nuestros ejercicios diarios y no aceptar planes que nos impidan hacer deporte. Lo mismo ocurre con otras cosas como estar con nuestra familia, ir a un museo, o simplemente tumbarse a descansar. Establecer prioridades nos ayudará a decidir qué queremos hacer y qué no.
  • Ser conscientes de nuestro derecho a la intimidad. Muchas personas no saben que tienen derecho a estar solas y a hacer las cosas a su modo. Por supuesto, estas personas tienen grandes problemas para que las dejen en paz. Toda persona tiene derecho a disfrutar de su tiempo como mejor le parezca.
  • Disfrutar de la soledad. De vez en cuando estaremos solos. Que no nos asuste la soledad. No es necesaria evitarla a toda costa participando en cientos de actividades. Leer un buen libro, sentarse a ver una película que nos guste o simplemente reflexionar sobre lo que hemos conseguido en el último mes son formas de pasar un rato con nosotros mismos sin agobiarnos.
  • Controlar las redes sociales, y que ellas no nos controlen. Apaga el móvil. Silencia el whatsapp. No respondas a ciertas llamadas. Comprueba facebook solo una vez al día. Verás que no pasa nada.

Espero que estos breves consejos os ayuden a defender vuestro tiempo y a disfrutar realmente sin agobios y sin compromisos absurdos.

Tu psicólogo en Avilés

El rey loco

Tu psicólogo en Avilés

Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba en la remota ciudad de Wirani. Y era temido por su poder y amado por su sabiduría.

En el corazón de aquella ciudad había un pozo cuya agua era fresca y cristalina, y de ella bebían todos los habitantes, incluso el rey y sus cortesanos, porque en Wirani no había otro pozo.

Una noche, mientras todos dormían, una bruja entró en la ciudad y derramó siete gotas de un extraño líquido en el pozo, y dijo:

—De ahora en adelante, todo el que beba de esta agua se volverá loco.

A la mañana siguiente, salvo el rey y su gran chambelán, todos los habitantes bebieron el agua del pozo y enloquecieron, tal y como había predicho la bruja.

Y durante aquel día, todas las gentes no hacían sino susurrar el uno al otro en las calles estrechas y en las plazas públicas:

—El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente, no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.

Aquella noche, el rey ordenó que le llenasen un vaso de oro con agua del pozo. Y cuando se lo trajeron, bebió copiosamente y dio de beber a su gran chambelán.

Y hubo un gran regocijo en aquella remota ciudad de Wirani, porque el rey y su gran chambelán habían recobrado la razón.

(Relato de Khalil Gibran).