El siguiente artículo es un aportación de Natalia, educadora y autora del blog La Coleccionista de Palabras. Natalia y yo compartimos muchos puntos de vista sobre la educación y el aprendizaje: por ello nos pareció interesante dejar cada uno una pequeña huella en el blog del otro. Natalia, mujer de múltiples talentos, es también la autora de la ilustración que acompaña al texto.
Estoy en clase y mientras intento explicarles en la pizarra la actividad que vamos a realizar, un alumno se levanta de su silla. Le pido que se siente como el resto de sus compañeros, pero a él parece darle igual y se dirige hacia mí y me da un abrazo. Cuando le pregunto por qué había hecho eso, me responde: “me apetecía hacerlo”. A mí me robo el corazón, pero para mi compañero fue la prueba que necesitaba para ponerle al niño la etiqueta de “hiperactivo”, según él “era un niño que no se estaba quieto ni un solo momento y entorpecía la clase”. Pero pedirle a un niño que no se mueva durante tres horas es como decirle a la tierra que deje de girar.
En la sociedad actual buscamos a “niños/as modelo” que tienen que comportarse de una manera determinada, vestir a la ultima, ser buenos estudiantes, sociables, seguir el ritmo de sus compañeros y tener muchos talentos (ballet, pintura, guitarra, hablar cuatro idiomas…), lo que llevará al niño/a a terminar saturado, desmotivado y frustrado. Seguramente apenas entenderá lo que le pasa y buscará vías de escape. Probablemente desembocará en fracaso escolar, problemas de salud, dificultad para las habilidades sociales y emocionales, déficit de atención y dificultades para desarrollar su propia personalidad. Y cuando no se cumplen las expectativas marcadas los padres y los educadores nos asustamos y escogemos el camino más fácil escondiéndonos detrás de un diagnóstico clínico porque necesitamos ponerle una etiqueta a lo que no entendemos y así nos sentimos mejor nosotros, pero no el niño/a.
Pero lo realmente difícil y valiente sería cuestionarnos si realmente estamos educando adecuadamente a nuestros hijos.
No niego que el niño no tenga un problema, pero colgarle la etiqueta de “enfermo” a tu hijo/a no creo que sea la solución y mucho menos utilizar la medicación para adormilar al niño, porque lo único que estarías haciendo es evitar el problema, no solucionarlo. Pero los niños etiquetados de “hiperactivos” no son los únicos candidatos a estar medicados. Hay padres que acuden a la farmacia porque sus hijos no les dejan hacer las labores de casa o porque el niño/a no duerme por la noche. Utilizamos la medicación como un salvavidas para solucionar nuestros problemas, cuando lo mejor sería enseñar a los padres y educadores a realizar diversas pautas de conducta con los pequeños, con el objeto de educar la atención y disminuir la impulsividad y así facilitar el aprendizaje de autocontrol que necesitan. Claro que, si la situación nos supera, siempre podemos recurrir a la ayuda de un psicólogo especialista en terapia cognitivo-conductual, que sabrá orientarnos y facilitarnos herramientas que nos ayudarán a educar mejor a nuestros hijos.
La educación perfecta no existe. No es cierto eso de que haya una receta mágica para enseñar y aprender aplicable a todo el universo entero, por una sencilla razón: todos somos diferentes, y eso implica que todos aprendemos de manera diferente. Puede que aplicar una metodología a Pepito produzca resultados maravillosos, pero la aplicamos a Juanita y es un “fracaso”. No, no es un fracaso, es simplemente que ella aprende de una manera personal y única. Por tanto, educar es una tarea constante de adaptación y búsqueda de nuevas y diversas formas por parte del educador/a.
Los niños merecen sentirse comprendidos y aceptados, que alguien les tienda una mano que les guie hacia el camino de ordenar su mente y aclarar las ideas. Pero por desgracia la educación actual penaliza los errores y marca metas muy elevadas que los niños se ven en la obligación de cumplir, poniendo todas las esperanzas en el resultado, cuando lo más importante es ver que a través de las equivocaciones es donde podemos sacar los mejores aprendizajes, y sólo así lograrán aprender a poner a prueba todos sus recursos. Tendría que ser obligación reconocer y premiar los avances que realizan los niños.
En mi opinión no deberíamos precipitarnos en nuestras conclusiones con diagnósticos precoces y erróneos, porque como se dice “cada niño es un mundo” y no todos tenemos el mismo desarrollo fisiológico. Muchos niños a los que les cuesta seguir el ritmo de la clase, pueden manifestarse inquietos en el aula porque se aburren. Nuestra labor como padres y educadores es potenciar la diversidad, mediante la creatividad y el talento; cuanto más creativos sean los niños más posibilidades tendrán de autorrealizarse, debemos dejarle su propio espacio a medida que crezcan, lo que les ayudará a descubrir sus gustos e intereses y a comprender quiénes son.
Estoy al cien por cien de acuerdo con Natalia y Maxi
¡Gracias!