La verdad es que no se me ocurrió escribir sobre este tema porque ¡me da un poco de vergüenza! Me parece algo tan evidente, tan lógico, que me da algo de cosica tratarlo aquí en el blog.
Me refiero al tema de comunicarnos a gritos con gente cercana, y no porque estemos enfadados, sino por costumbre. Dar gritos de una habitación a otra. Hablar desde la acera de enfrente. Vociferar a alguien desde la ventana mientras él está en la calle. Todos hemos hecho esto alguna vez, ¿verdad? El problema es cuando lo hacemos por sistema.
En las casas se vive una auténtica plaga de «hablar a voces». Lo sé porque, como humano que soy, vivo con otros humanos cerca y les oigo gritarse. No se gritan porque están enfadados, se gritan sobre cosas nimias del día a día:
«TRÁEME LAS SÁBANAS»
«LIMPIA LA COCINA»
«¿HAS COMPRADO LO QUE TE PEDÍ?»
Muchas veces, al rato de hablar así, oh, milagro, acaban gritándose de mala leche. Enfadados de verdad.
Para que queda claro: mi recomendación es evitar los gritos cuando no son absolutamente necesarios. Y con necesarios me refiero a una emergencia, un accidente, una caída, algo que nos impide ir a pedir las cosas tranquilamente. Solo en esas situaciones es adecuado usar los gritos.
Cuando estamos tranquilamente tirados en el sofá y queremos algo de la cocina, donde está nuestra madre/hijo/pareja, la tentación de darle una voz es demasiado grande. ¿Qué pasa al hacer esto? Veamos:
- Lo primero que estamos diciéndole a esa persona es «esto que te digo tampoco es tan importante, porque total, no me estoy tomando la molestia de levantarme para decírtelo…». Eso es lo que estamos transmitiendo. Y si yo mismo no le doy suficiente importancia como para levantarme e ir a la cocina, ¿por qué iba a importarle a la otra persona? Lo normal es que no nos haga ni caso, pero…
- …Lo segundo que logramos es crear un clima de más crispación y nerviosismo. Está demostrado que los gritos afectan a nuestro cerebro y su química. Los gritos hacen que liberemos cortisol, una hormona consecuencia del estrés, y crean en nosotros un estado de alerta y ansiedad. Aunque esos gritos sean «inofensivos» y no un ataque hacia nosotros, nuestro cerebro reacciona con cierta alarma. Asociamos los gritos a que algo va mal o a una agresión, por eso cuando nos dicen algo vociferando, por muy inocente que sea, es difícil mantener la calma. Los gritos son realmente molestos.
- La tecera cosa que conseguimos es que no se entienda nada de lo que queremos decir. No es que la otra persona no quiera escuchar o que pase de nosotros, es una cuestión de física. Dentro de una casa el sonido rebota en muchas cosas y se pierde por completo tras recorrer muy poca distancia. Además hay muchos ruidos de aparatos eléctricos, tráfico, perros, obras… que interfieren en la recepción del mensaje. Es justo lo contrario de eso que recomiendan de «busca la situación ideal para hablar de algo importante». O sea que muchas veces será físicamente imposible que la persona a la que le estamos pidiendo que traiga una cerveza de la cocina nos escuche y nos entienda. Como mucho, escuchará una especie de mugido animal y le entrarán ganas de tirarnos cacahuetes como a un mono enjaulado.
En resumen: si lo que queremos es crear un ambiente estresante mientras gritamos sin que nadie nos entienda, adelante, pidamos las cosas a gritos. Pero si lo que queremos es que nuestras palabras sirvan para algo, es muy sencillo: levantemonos, acerquémonos a la persona en cuestión y digamos las cosas con calma y en un tono normal. Así de sencillo.
¿Que en tu casa hay alguien que no sabe hablar sin ser gritando? Muy sencillo: no vuelvas a contestar a ninguno de esos gritos, como si no existieran. Responde tan solo cuando esa persona se haya tomado la molestia de acercarse a ti. Verás como al principio se cabrea porque su estrategia habitual no funciona y como acaba acercándose cuando quiere algo.