La gente no deja de jugar porque se hace vieja; se hace vieja porque deja de jugar
George Bernard Shaw
«¡Mi hijo solo quiere jugar!», lamentaba amargamente una madre. ¡Cielos! ¿Qué podría querer más que eso? Tal vez respirar, o alimentarse. No se me ocurre algo más necesario para un niño que jugar.
Los juegos de los niños no son una mera pérdida de tiempo o una forma de pasar el rato. Son un proceso de aprendizaje, de interacción con el mundo que les rodea. Un niño que no juegue jamás podrá desarrollar muchas de sus capacidades. Quitarles tiempo de juego es tan negativo para ellos como dejarles sin estudir matemáticas o lengua.
Son tantos los beneficios de los juegos infantiles que podriamos pasarnos el día enumerándolos. Veamos algunas de las cosas que los niños aprenden jugando:
- Desarrollan su imaginación. Una caja de cartón puede ser un barco; un sofá, un castillo medieval. Todo puede convertirse en algo mágico en la mente del niño, que de esta forma aprende a usar uno de los dones humanos más valiosos: la imaginación. «La imaginación es más importante que el conocimiento», decía Albert Einstein.
- Aprenden a relacionarse. Los niños aprenden jugando lo que no pueden enseñarles en la escuela o en casa: a relacionarse con otros niños. Jugando se construyen relaciones, se habla, se explica, se ponen reglas… El niño entra en contacto con otros como él, y ahí empieza el contacto con otros humanos que no son sus padres. Es vital entender que cada persona es única y especial, que hay reglas que podemos negociar y cumplir (por ejemplo, las reglas de un juego), y que no todos nuestros comportamientos van a gustarle a los demás.
- Aprenden límites. Nadie mejor para enseñarle a un niño lo que puede y no puede hacer que otros niños. Los padres pueden regañarle. Pero otros niños pueden decidir «no jugar con él». ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho mal? El niño aprende a comportarse de una forma socialmente aceptable, una habilidad imprescindible para la vida. No hablo de complacer a los demás a toda costa, si no de saber que hay cosas aceptables y otras no.
- Resuelve conflictos (y los crea). Una habilidad imprescindible para los humanos es gestionar los conflictos con otras personas. Durante el juego, aparecen riñas y enfrentamientos con otros niños, y esto obliga al niño a resolverlos… a veces mediante el propio juego.
- El juego ayuda a entender el mundo. Los niños «representan» lo que les rodea en sus juegos. Si el niño ve una película sobre dinosaurios, ¡seguro que todos sus muñecos pasan a ser bichos del Jurásico! También su familia, sus compañeros, las experiencias de su día a día, aparecen en sus juegos y dibujos. El papá ausente puede convertirse en una figura paternal, como un príncipe o un mago… o ser el malo de la historia. La mamá gruñona puede ser la bruja, o convertirse en un personaje amable y comprensivo. Los juegos nos dan muchísimas pistas sobre lo que pasa por la cabeza de un niño.
- El juego ayuda a probar las capacidades y el esfuerzo del niño. Se aprende a relacionar nuestro esfuerzo con los resultados (tanto como en los exámenes) y también a ganar y a perder. Aquí los adultos tenemos que darle un pequeño apoyo, y explicarle que la competición está muy bien, pero no hasta el punto de «sufrir por ganar». Es un error enseñar a nuestros hijos a ser ganadores a toda costa: si hacemos esto, todos los beneficios que enumero aquí desaparecen, y el juego se convierte en un trabajo más. Como tantos otros con los que sobrecargamos a los niños.
A todo lo anterior habría que añadir los beneficios físicos del juego: aumenta la actividad, mejora la forma física, combate la obesidad, mejora el corazón y pulmones, etc. Así que… ¡a jugar!