Hay muchas ideas preconcebidas sobre cómo funcionan las relaciones de pareja. Algunas son acertadas y otras… no tanto.
Una idea muy extendida es la de que «polos opuestos se atraen», queriendo decir que siempre se produce una gran atracción entre los miembros de la pareja si ambos tienen costumbres, gustos y personalidades muy distintas. El clásico ejemplo es una mujer activa e inquieta que encuentra su media naranja en un hombre calmado y tranquilo. Esta idea también presupone que las características de cada uno sirven de contrapeso para las peculiaridades de su pareja. En el ejemplo anterior, la mujer «activaría» a su pasivo marido, mientras que él aportaría la calma necesaria a la «ansiedad» de su mujer.
Pero ¿es cierto esto de que los opuestos se gustan? Yo diría que a medias.
Cada pareja pasa por muchas etapas y altibajos. Muchas de estas etapas dependen de cada caso (una infidelidad, un despido, un cambio de casa, el matrimonio…), pero otras son universales. Por ejemplo, se ha constatado que casi todas las parejas pasan por una primera etapa de enamoramiento o amor pasional, en el que se minimizan los defectos del otro, se ensalzan sus virtudes y todo lo que rodea a esa persona parece encantarnos. Durante esta etapa, al inicio de la relación, sí se cumple lo de que «los opuestos se atraen». Una persona que tiene costumbres o ideas totalmente opuestas a nosotros se convierte en algo simpático, divertido y emocionante, y las discusiones sobre ese tema son parte del encanto de la relación.
Pero ¿qué ocurre cuando este descontrol inicial se calma? Después de esta primera etapa pasional se producen cambios en la relación, aumenta el compromiso, comenzamos a ver los defectos de la persona, aumenta el desencanto y la complicidad. Es entonces cuando muchas parejas van dándose cuenta de que esas «peculiaridades» del otro no son tan bonitas. El asunto tiende a convertirse en un punto de fricción, un tema más del que discutir. Ejemplos: una chica muy solidaria cuyo novio es egoísta; un hombre conservador casado con una mujer que milita en un partido de izquierdas; una mujer amante del orden cuyo novio jamás hace la cama. Estas diferencias, si no se incorporan a la vida en pareja y se aceptan, pueden causar muchos conflictos e incluso la ruptura de la pareja. Suele tratarse de asuntos que no afectan físicamente a la pareja, pero sí emocionalmente. En los ejemplos anteriores, hacer la cama o ser de izquierdas seguramente no afecten al amor que demos a nuestra pareja; ser egoísta, en cambio, sí puede marcar la forma de comportarnos como novios.
Por eso, el dicho de que «polos opuestos se atraen» puede ser cierto al principio, cuando todo se convierte en una característica positiva; pero a la larga, probablemente sea mejor buscar a alguien cuyos gustos y forma de ser coincidan más con los nuestros.