Hay una forma de entender la vida, muy extendida en nuestra cultura, que consiste en dejar los placeres y las gratificaciones para «más tarde». Ese «más tarde» suele convertirse en algún momento indefinido del futuro, que nunca llega, y que acaba por no suceder jamás. Así, la persona se esfuerza día a día en actividades que no le motivan, que incluso detesta, y deja lo que le gusta para más adelante. Además, tenemos la creencia de que es mejor esforzarse y sufrir para luego disfrutar más de la gratificación. La persona irá de acampada «cuando haga mejor tiempo», dejará ese viaje «para cuando sus hijos sean algo mayores», quedará con sus amigos «cuando pase ese exámen tan importante».

Aunque está bien planificar, esta forma de pensar nos lleva a ser infelices. Si nunca recibimos ninguna gratificación ni hacemos nada que nos guste, ¿para que vivimos? Hay un cuento al respecto de esta filosofía de «primero esforzarse, luego disfrutar».

Un hombre entra en una zapatería y pide unos zapatos del número 38. El dependiente, extrañado, le comenta que un par de números más le quedarían sin duda mejor. El hombre insiste, así que el dependiente le trae unos zapatos del 38. «Serán para un regalo», piensa. Pero no. En cuanto se los da, el cliente pide un calzador y lucha por embutir sus pies en los zapatos, cuando es evidente que le quedan pequeños. Tras muchos esfuerzos consigue ponérselos, paga, y sale de la tienda andando de forma extraña en dirección a su trabajo.

El trabajo del hombre le exije estar muchas horas de pie, por lo que sufre horriblemente con sus zapatos pequeños. Le aprietan, le rozan, le hacen daño. A medida que pasan las horas se ve tentado a tirar los zapatos al demonio, pero prefiere seguir sufriendo con ellos puestos.

Cuando llega el final de la jornada, un compañero se le acerca y le pregunta si se encuentra bien.

– Sí, son estos zapatos. Me aprietan.

– Pues parecen nuevos.

– Sí, acabo de comprarlos.

– ¿Y los compraste pequeños?

– Sí.

– No entiendo.

– Verás, últimamente mi vida no es muy gratificante. Voy del trabajo a casa y de casa al trabajo, no me divierto mucho, estoy bajo de moral -dice el hombre.

– ¿Y eso qué tiene que ver con los zapatos? -pregunta extrañado su compañero.

– Con estos zapatos estoy sufriendo, ya me ves. Tengo los pies destrozados. Pero más tarde, cuando llegue a casa, me los quitaré. Y cuando me los quite, ¿te imaginas qué placer? ¡Eso sí que va a ser gratificante! ¡Eso sí que me va a subir la moral!

Acerca de Maxi

Psicólogo General Sanitario. Consulta privada.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s