Me estoy dando cuenta de algo que ocurre en internet (y también fuera de él) cada vez más: nos pasamos más tiempo dando explicaciones sobre lo que opinamos que diciendo lo que opinamos. Creo que queda perfectamente explicado en esta viñeta que me he encontrado:

Tu psicólogo en Avilés

Parece que tenemos terror a que la gente se ofenda o se tome a mal lo que le estamos diciendo, aunque lo que digamos sea algo sin la más mínima importancia. Pero a la vez, resulta que estamos comunicándonos con gente que suele ser desconocida, a través de foros, grupos de facebook, etc. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que alguien a quien ni siquiera conocemos en persona se enfade con nosotros? Bueno, no parece tan grave. Después de todo, el enfado es cosa suya.

En la actualidad hay una auténtica cultura de la ofensa: todo el mundo se ofende y reacciona exageradamente ante cualquier cosa, por estúpida que sea. Por todas partes nos llegan ejemplos de esta «cultura de la riña»: en la tele vemos programas donde lo único que hacen es discutir unos con otros, los políticos se pasan el día echándose cosas en cara y enfrentados (aunque sea de mentirijillas), cada día vemos peticiones absurdas por parte de supuestos colectivos que se sienten agraviados por alguna estupìdez. O sea: nos venden que no estar de acuerdo con alguien es importantísimo y hay que dedicarle muchísimo tiempo a defender nuestros supuestos derechos.

No lo es. Son cosas que pasan. Sí, hay que defender nuestros derechos, pero nunca vamos a estar de acuerdo con todo el mundo.

Un efecto secundario de todo esto es que nos hacen creer que todas las ofensas y enfados son igualmente válidos, y no lo son. No comparemos a alguien que se enfada porque se ríen de su madre muerta (por poner un ejemplo bestial) con alguien que se ofende porque un desconocido dice que no le gustan los cuadros de Picasso. El primero al menos merece una disculpa. El segundo debería obtener cero atención. Pero no, vivimos con el temor a ofender a alguien, porque nos enseñan que eso es algo terrible e importantísimo, y a lo mejor aparece la Asociación Nacional de Desconocidos Enfadados y me denuncia…

Pues bien, probad a hacer lo siguiente: cuando haya algo que opinar, decid lo que opináis, sin más. No os justifiquéis. No deis explicaciones. No pidáis disculpas. Son los demás los que deciden cómo se toman vuestra opinión, y si se ofenden o enfadan, es cosa suya.

Ejemplo. Si queréis decir:

«no me gusta nada el cine de Stanley Kubrick»

No hace ninguna falta decir:

«me vas a perdonar, pero creo que Kubrick está muy sobrevalorado. Ya sé que muchos críticos coinciden en que es un gran director y sus películas están entre las mejores. No quiero decir que no tenga cosas buenas y algunas de sus escenas sean geniales. Pero a lo mejor habría que plantearse que bla, bla, bla…»

Evidentemente, esto no significa que haya que andar insultando a la gente sin remordimientos. Pero no os disculpéis por tener opiniones distintas. Es vuestro derecho.

 

Acerca de Maxi

Psicólogo General Sanitario. Consulta privada.

Un comentario »

  1. Qué artículo tan bueno y didáctico.
    Se nos olvidan cosas tan obvias como la que acabas de exponer. Me he reído mucho con la viñeta en la que me he llegado a identificar.. Perdimos el humor, la espontaneidad cuando dejamos de contar chistes. Hacerlo en las redes no causa la misma gracia con el añadido de no saber quién se siente ofendido 🙂 Comparto en mi blog. Muchas gracias!!

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